Escribe: Jorge Martín Carrillo Rojas

De mis 44 años de vida, han sido dos de ellos -faltó cumplir un año por motivos personales – que ocupan un lugar especial en mí. Dos años que si volviera a nacer, desearía volver a vivirlos. Fueron 20 meses intensos que dejaron innumerables recuerdos.

Corría finales del año 86 y desde Lima llega a mis oídos la existencia de un Colegio Militar. En el tradicional Leoncio Prado ya estudiaba mi primo Víctor, quien terminó por despertar la curiosidad de experimentar la vida militar desde un colegio.

Con la poca aprobación de mi madre, enrumbé a la capital a la aventura de postular al tradicional Colegio Militar “Leoncio Prado”, en el distrito de La Perla en el Callao.

Ya en Lima y con 13 años, me apresto a postular al Colegio Militar. Fue a esa edad, al igual que muchos de los postulantes, que nos poníamos un terno. Quizá la primera formalidad en nuestras vidas.

Luego del tradicional examen de conocimiento, físico y sicológico, se publica la lista de ingresantes. Entre los nombres figura el de Jorge Martín Carrillo Rojas, entre cientos de nuevos alumnos del tercer año de secundaria, a quienes en el primer año se les llamará  perros.

Sin temor a equivocarme es el primer año en el Colegio Militar el que termina a uno por marcarlo. Levantarse antes de las 5 de la mañana para el aseo personal. Soportar el agua en el frío de la capital, en duchas comunes, hace a más de uno decirse: qué diablos hago en este encierro. Encierro que, puede resultar masoquista, te enseña y mucho.

Los primeros dos meses y días son de encierro que terminan luego de la primera visita que reciben los cadetes de tercer año en el día de la madre. Es aquel domingo en el que algunos imploran a sus padres dejar el Colegio Militar. Otros ya tienen claro lo que será una nueva vida marcada por horarios y por órdenes que se cumplen sin dudas ni murmuraciones.

Durante mis dos años de estancia en el Colegio Militar formé parte de la segunda sección. El convivir en las cuadras son experiencias únicas e inolvidables. En el pabellón asignado para la segunda es compartida con la primera sección, cada una en dos ambientes y un servicio higiénico.

Son innumerables las anécdotas que la legendaria obra del excadete Mario Vargas Llosa “La ciudad y los perros” queda corta con las historias de cada uno de los cadetes que han pasado por los ambientes del antiguo y hoy moderno Colegio Militar.

Historias que me apresto volver a recordar con algunos de mis compañeros. El año 2014 pude volver a verme con el oso kisifur Omar Burga, Bravo López y Carlitos Chachay. Esta vez espero ver a muchos más de la legendaria primera y segunda sección.

Allá voy hermanos de la primera y segunda sección de mi Colegio Militar, para confundirnos en 43 abrazos. Para recordar las mataperradas. Para recordar que algún día vestimos el uniforme verde olivo y el traje de gala. Pero por sobre todo para recordar que más allá de las pendejadas, 29 años después podemos seguir matándonos de la risa con las historias vividas y que la amistad sigue siendo única por siempre.

Por siempre la Cuadragésima Tercera Promoción del Colegio Militar “Leoncio Prado” ¡La Mejor!

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