ESCRIBE: Julio Olórtegui Saenz
Epicuro (342-41-270), filósofo griego, ofrecía el remedio de la memoria: “dulce es el recuerdo del amigo muerto” si, al pensar en el goce que nos proporcionó su amistad, sabemos separar lo que hay de doloroso en aquel recuerdo para quedarnos solamente con lo agradable.
Hijo de loretanos de pura cepa, con añoranzas de querer haber nacido en Caballo Cocha. Desde muy temprana edad mostró sus dotes para escalar a los primeros lugares en sus estudios primarios y secundarios, que luego fueron coronados con su ingreso a la Universidad.
Estando en la Universidad mantuvo ese ahínco de no contentarse con lo que le brindaban los profesores de planta, sino que buscaba ávidamente mayor información, en textos de idiomas diferentes, pues tenía la habilidad de un políglota, que le permitió ampliar sus horizontes intelectuales y culturales.
Como alumno fue eficiente, como político estudiantil abrazó tendencias que no tenían mayor arraigo en la UNAP. Ejemplo de ello es que con otros alumnos formó el TPU, que era el brazo político estudiantil del Gobierno Militar de Juan Velasco Alvarado, para su incursión en la política universitaria y que los otros grupos políticos existentes como el FER y el ARE los “bautizaron” con el nombre de “fresas”, por una canción de moda en la década del 70.
Ingresó bastante joven a la docencia universitaria, como jefe de práctica en la asignatura de Sociología, luego le asignaron cursos de Ciencias Sociales, y cuando hubo la ocasión de que naciesen nuevos departamentos académicos, no dudo ningún instante de plantear la creación de nuestro actual departamento que hoy tiene 31 años de existencia. Nuestro Departamento en su corta pero trabajosa trayectoria, se convirtió en uno de los faros que iluminaba la actividad académica, no sólo de la FCEH, sino también de la UNAP, fruto de ello es la organización de dos Congresos Nacionales de Filosofía (VI-1996 y XIII-2012).
Su presencia en la Secretaría General de la UNAP, por dos periodos consecutivos, trajo muchos beneficios para su departamento y para los miembros de la misma, y es a través de este cargo que Alejandro supo co-gobernar la UNAP, tras el poder, no era visible, pero sus conocimientos sobre Maquiavelo lo hicieron necesario e indispensable para la administración de nuestra alma mater.
Hoy te vas amigo, lamentablemente perdemos una de las mentes más lúcidas para el análisis de los problemas de la Sociedad y de la UNAP, y nos hará falta tu capacidad de síntesis para la lectura de textos universitarios y obras de renombrados filósofos de la antigüedad y de los contemporáneos.
Con tu capacidad de análisis y síntesis para los problemas de nuestra Universidad, impusiste un lema: el pensar no se delega, con esto quería dar a entender que los hombres que gobiernan o están al frente de cualquier Institución pública o privada deben ejercer plenamente el razonar y el reflexionar para encontrar la solución a los problemas que la aquejan.
Si bien no fuiste formado en filología, pero supiste seguir los pasos de un filólogo como fue José María Arroyo Arroyo, al proporcionarnos las raíces griegas o latinas de diversas terminologías utilizadas en el ámbito académico y político y que nos permitieron tener más claridad sobre los conceptos, y que al igual que el maestro Sócrates, tienen una enorme importancia en la cultura universal.
Te recordarán en la Secretaría General de la UNAP, por la pulcritud y claridad al emitir las Resoluciones Rectorales, que no daban lugar a interpretaciones antojadizas. Pocos conocen tu actividad literaria y periodística, pero es bueno refrescar la memoria de las nuevas generaciones, de que escribiste un libro de cuentos titulado El árbol de Tania, tus escritos en el diario El matutino, donde analizabas la coyuntura cultural de la ciudad y el país. Fuiste el director de la Revista filosófica del Departamento de Filosofía y Psicología, denominada Conceptos que lamentablemente no tuvo la continuidad necesaria, para convertirse en una fuente confiable de los estudios filosóficos y psicológicos.
Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. La constitución del hombre es lo efímero y finito, suprimida cualquier ordenación a lo infinito.