ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

La generación que abrió las puertas de la juventud al mismo tiempo que se estrenaba Alan García como gobernante en 1985 en este 2019 ya peina canas mientras asiste al funeral del primer Presidente de la República de Perú que se suicida. En primera y tercera persona, este artículo es una de esas expresiones.

En el fondo nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su propia inmortalidad, Sigmund Freud.

“Era más inteligente que el promedio de quienes en mi país se dedican a hacer política, con bastantes lecturas, y un orador fuera de lo común”. (Mario Vargas Llosa).

“Una década antes de conocer a Carla, yo había conocido a su papá en el Café Malakoff de París en el año 2000 así que mi fascinación por su endemoniada inteligencia y su exquisita erudición es muy anterior a mi público camote por ella”. (Beto Ortiz).

“No fue un genio. Basta asomarse a sus libros ilegibles y a la hiperinflación para confirmarlo”. (Marco Sifuentes).

“García, con todos sus defectos, era un estadista”. Maritza Espinoza.

1983: Se produce la interpelación al Consejo de Ministros del segundo gobierno de Fernando Belaunde Terry, presidido por el Ministro de Economía, Manuel Ulloa Elías. El que destacó en esa interpelación fue el joven diputado aprista Alan García Pérez, en esa maratónica sesión transmitida a nivel nacional por el canal estatal, sale de su escaño y enfrenta al también dueño del diario “Expreso” y su intervención histriónica es comentada en todos los medios, luego que diera rienda suelta a su egocentrismo. Alan, desde muy joven, se daría cuenta que para que los grupos de poder te tomen en cuenta hay que enfrentarse a ellos. Ulloa, a la par ministro y accionista mayoritario de “Fauccett”, tenía otros negocios en el ámbito periodístico. La empresa aérea, luego pasaría a poder de Alfredo Zanatti Tavolara, vinculado a los negociados del dólar MUC y conocido como muy cercano a Alan García Pérez. También fue presidente de la poderosa “Aeronaves del Perú” y años después fue extraditado desde Costa Rica y conducido a prisión.

1984: El secretario general del APRA y candidato a la Presidencia de la República, Alan García, llega a Iquitos en campaña proselitista, proveniente de Pucallpa, antes ya había estado en Contamana y Requena y, también, Tamshiyacu. En la capital loretana corre el rumor que en su recorrido por el mercado de Belén, las vendedoras de pescado, le lanzaron agua de sus bandejas con el olor nada agradable y él había sonreído pero tomó ese aguacero de mala gana. Se reunió con dirigentes apristas y quienes manejaban la campaña en Loreto y hasta comió pescado en el mercado Central. Su triunfo estaba cantado. Tanto estaba cantado que varios grupos empresariales apostaron por su candidatura, no pensando en el ámbito regional solamente, sino en el nacional. Si el empresario Arquímedes Lázaro apoyó decididamente la postulación del arquitecto Fernando Belaunde Terry con la flota que poseía, con Alan García le llegó el turno al empresario Severo Vergara, que dio su unidad fluvial y otros equipos más para que el candidato aprista viajará gran parte del río Ucayali, navegara por el Marañón brevemente y bajando el Amazonas llegue a Iquitos. En todo ese recorrido bajo el lema de “un futuro diferente” el empresario Carlos Lizier Gardella estaba a bordo, luego se convertiría en presidente de Petroperú, por ese entonces la más poderosa empresa estatal. Quien solicitó ese apoyo, por órdenes superiores fue el ingeniero Armando Ferreira López Aliaga, conocido como “El tunchi”, quien después se convertiría -a pesar que no estaba capacitado para el cargo- en jefe de DIRCETURA y a él se debe la creación en Quistococha de “Tunchiplaya”, un atractivo turístico local que daba una idea aldeana y estrecha de lo que se consideraba desarrollo turístico. Ferreira era del grupo de Orison Pardo, más tarde conocido como “los galletones” mientras que otra facción, conocida como “los choclones” era comandada por el médico Enrique Pinedo García e integrada por Juan Saldaña Rojas y Rafael Eguren, entre otros. Aún no llegaban al gobierno y Alan ya provocaba pugnas que no pararían ni siquiera con su muerte.

1985: En las paredes de Iquitos -hasta en la de la parroquia Matriz, ahí están los archivos de Caretas como testimonio- se anuncia con afiches la llegada del Presidente de la República. La misma es postergada sin ninguna explicación. Las malas lenguas -que en política a veces son las más buenas- afirman que se debe a los líos internos de las facciones que lideran el alcalde de Maynas, Rony Valera Suárez, y el diputado Orison Pardo Mattos. Rony Valera, ya convertido en autoridad, tenía su propio espacio y Pardo Mattos, cercano al poder en Lima no quería compartir “su” predio. En verdad, más de un testigo de los líos de ese tiempo, confirman que tanto Pardo como Valera llegaron a liar por cuestiones triviales y anecdóticas. Es el año del inicio de su primer gobierno y los apristas locales hacen lo que quieren. ECASA, ENCI, PAIT -eliminaron Cooperación Popular del gobierno anterior- y cuanta entidad estatal es copada por los apristas nuevos y viejos. En Iquitos la pugna por el poder no se hacía esperar. Orison Pardo era alanista y Rafael Eguren Ordosgoitia, senador, era “armandista”. Ambos tenían representantes en Iquitos, quienes como pequeños reyezuelos repartían puestos públicos en todos los niveles. Esos años fue elegido diputado quien, como ninguno de los de su época, se convertiría en uno de los que permaneció mayor período en el Parlamento, claro que en los últimos años como representante de la región Lima: César Zumaeta Flores, un estudiante universitario que llegaría a ser, en el último año del segundo gobierno de Alan García, presidente del Congreso de la República. También fue elegido diputado Juan Saldaña Rojas, quien luego se convertiría en rector de la Universidad Científica del Perú, cargo que ostenta hasta hoy. Un protagonista local en ese primer gobierno alanista fue Alfredo Giulfo Suárez, presidente de Cordelor que respondía a intereses nacionales que no es el caso analizar.

1986: Ya estudiando en Lima era inevitable ir a la Plaza de Armas para escuchar uno de sus tantos “Balconazos” con los que entretenía a la platea bajo cualquier pretexto. La declaratoria de No Elegible por el Fondo Monetario Internacional era un motivo suficiente para un discurso. Ahí estaba junto a mi hermano Ángel, a pocos metros de sus casi dos metros de humanidad. Su poder de convencimiento, su elocuencia, su demagogia hacía, a veces, inevitable, que se lo aplaudiera. “Cógeme las manos, porque ahorita comienzo a aplaudirle a este pata”, le digo a mi hermano, mientras él ni siquiera me escucha porque está absorto ante el mensaje furibundo sobre el no pago de la deuda externa y el beneficio que traería a los pobres.

1987: Luego del discurso presidencial de Fiestas Patrias, la patria ya no era la misma. Se anunció la estatización de la banca y los millonarios nacionales -los mismos que habían financiado su campaña, Dionisio Romero confesó que había entregado un millón de soles y formaba parte de lo que se llamó “los doce apóstoles”, claro Alan era el Mesías- le declararon la guerra. Y, claro, perdieron los pobres, la clase media. Él y los millonarios sólo tenían que esperar tiempos mejores. Alan García tenía controlada la Cámara de Diputados con Luis Alva y otros satélites, mientras que Armando Villanueva, por lo menos en cuestiones de erario nacional, tenía en el loretano Eguren Ordosgoitia, un presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara Alta que fue fundamental para detener la intención de estatizar la banca, tal como finalmente sucedió.

1987-90: Convulsión total. Apagones intempestivos, porque las torres de transmisión eléctrica se caían más que la economía. Asesinatos cuya autoría ya no se distinguía si eran de Sendero Luminoso, Movimiento Revolucionario Túpac Amaru o el Comando Rodrigo Franco. Coincidencia total en la decadencia. Era mejor caminar que andar en bus. Era mejor no salir que andarse con jaranas. La universidad era una cosa de locos. Las circulinas formaban parte del paisaje. Hasta que vino la campaña electoral y se acuñó la frase aquella que un Presidente sí puede influir para que alguien pierda una contienda. Y con ese propósito se juntó con Alberto Fujimori, a pesar que el candidato aprista era Luis Alva Castro y la fraternidad llamaba cerrar filas con el trujillano. El derrotado de esa jornada fue Mario Vargas Llosa. Mientras se recorría las calles de Lima panfletos a favor del desconocido en contra del famoso novelista/candidato inundaban las aceras, todas hechas con los recursos del Estado. Como nos gusta lo malo por conocer, elegimos al ingeniero y todos festejamos. Quizás el momento más crítico de ese período fue la matanza de los penales, que le valió la condena internacional. Pero la fiesta de Alberto estaba por empezar.

1992-2001. Se ordenó la economía, se neutralizó el terrorismo y se traicionó a cuanto se pudo. Alberto Fujimori reinaba y Vladimiro Montesinos mandaba. Él se había asilado en Colombia porque el cogobierno Fujimori/Montesinos realizaba una implacable persecución contra él, pues con justificada razón ambos suponían que dejarlo suelto en plaza alborotaría las plazas electorales, tal como finalmente lo hizo cuando regresó a la patria. Desde ahí viajaba a París o Madrid. Estaba impedido de ingresar al país por orden judicial. Para entonces este periodista tenía el pomposo cargo de jefe de Prensa de Radio Astoria y en esa condición le entrevisté desde Bogotá, gracias a las gestiones del aprista Moisés Panduro Coral. Cosas generales, ideas desde el exilio obligado, siempre con la elocuencia que da el conocimiento y la formación.

2001: Un nuevo proceso electoral y los mismos protagonistas. Él no había perdido ninguna elección. Pero le correspondía el honor a Alejandro Toledo Manrique, quien después deshonró todo. Aquel año, a pesar que su elocuencia y demagogia se paseaba por las calles y plazas, no logró ganar al economista “de Harvard”. Sólo era cuestión de esperar unos años. Alan sabía que su segundo período se acercaba.

2006: Ya no tenía los años de 1984, tampoco las fuerzas maratónicas de los inicios de su vida política. Pero el ánimo y ego las tenía intactas. Se las ingenió para encandilar a una juventud que le sabía perseguido y los no tan jóvenes creían que se merecía una segunda oportunidad. Por esos años recordaba lo que un contemporáneo me dijo antes de marcharse al extranjero en 1988 porque era de los que creía que el éxodo era la solución. “El gran riesgo es que no sepamos explicar a la gente la catástrofe que dejó Alan y le volvamos a elegir”. Sagradas Escrituras, todo estaba escrito. Así, ese año, prometiendo todo pasó a la segunda vuelta junto a Ollanta Humala, desplazando al tercer lugar a Lourdes Flores Nano, a quien llamaba “la candidata de la oligarquía”. Le ganó a Ollanta, entre el miedo y la ayudadita internacional que daba Hugo Chávez al comandante peruano la gente prefirió darle una segunda oportunidad. Hizo un segundo gobierno aceptable en lo económico, aunque en lo social no se pueda decir lo mismo y, para variar, con las acusaciones y evidencias de siempre.

2006-11: Se le notaba más tranquilo. No se metió mucho en la economía y se dedicaba a pontificar las bondades de su gobierno. Colegios emblemáticos, puentes que emprendían conexiones, fortalecimiento de las exportaciones y todos contentos. Así se creía. Él se encargaba de alborotar el gallinero. Publicó en el diario “El Comercio” -que por más de cuarenta años había confinado al ostracismo al aprismo antes de su primer gobierno- un artículo “El perro del hortelano” donde daba la visión facilista de la Amazonía y la selva hasta que vino lo de Bagua y la tranquilidad se acabó. Añadido a ello el escándalo de los “Petroaudios” que provocó en él las más drásticas frases contra sus compañeros sospechosos de haberse aprovechado del Partido. Su gobierno no terminó mal, pero los indicios conducirían años después a la comprobación que en una oficina de Palacio de Gobierno se cocinaba los “narcoindultos”, una modalidad que ni siquiera en Sinaloa se practicaba. En el interín, por esos años inauguró “La Casa de la Literatura” con la región Loreto como invitada primera y especial. Aquella noche, jovial y enterado habló de las pinturas de César Calvo de Araujo (padre), de los poemas de César Calvo Soriano (hijo) y de su relación con la Amazonía. Tanto así que a los pocos días un cuadro del pintor amazónico ingresaba a Palacio de Gobierno como un obsequio especial. En los últimos meses de su segundo gobierno llegó a Iquitos para supervisar el colegio emblemático CNI. Lo hizo en helicóptero desde el aeropuerto. Corresponsal de RPP por eso años, me puse la tarea de entrevistarlo por unos minutos. Al pie de la aeronave -él acompañado del congresista Augusto Vargas Fernández- mientras se demoraban en dar pase desde Lima, algunos periodistas gozamos de su buena conversación y memoria. Habló de sus años universitarios con el gran Chema Salcedo en “La Católica” y la alegría que le provocaba llegar a la Amazonía hasta que de un momento a otro dijo no espero más y enrumbó hacia el helicóptero dejando al reportero con las ganas de una entrevista en vivo. ¿Quién era el “representante” del Presidente en Iquitos? En lo formal era el Prefecto, pero ese cargo ya estaba ninguneado. Quien en verdad se ganó la simpatía de Alan García fue Augusto Vargas Fernández. Claro, que luego de su elección como congresista. Tanto así que llegó a ser vocero de la Célula Parlamentaria Aprista durante un año y, notoriamente, colocó a gente de su entorno en las entidades públicas, sobretodo Electro Oriente. Desde entonces “el chatito de las grandes ideas” -frase que él mismo se encargó de pintar en las paredes- no se separó de Alan. Tanto así que fue el impulsor de alianzas electorales en la región Loreto que fueron avaladas por Alan García y que provocó la discordia infraterna de apristas locales que, curiosamente, hoy lloran a quien se suicidó.

2011-2019: Sabía guardar las formas democráticas. Demócrata al fin. Le disgustaban las preguntas incómodas y le producía malestar las cosas malas -inventadas y reales- que se escribían de él. Entabló una querella por difamación contra César Lévano, director del diario “La primera”. Ese sentido democrático lo estaba practicando en los primeros años del gobierno de Ollanta Humala, hasta que se enteró que la señora Nadine Heredia junto con Pedro Cateriano y la anuencia del entonces Presidente estaban empeñados en demostrar a través de una comisión parlamentaria que se había enriquecido ilícitamente. Fue entonces que acuñó la frase “reelección conyugal” que fue el inicio del fin de las pretensiones conyugales de quienes en ese momento ocupaban Palacio de Gobierno. Mientras se defendía de las acusaciones el congresista Tejada tuvo que admitir que no existía desbalance patrimonial en las propiedades nacionales y extranjeras de Alan García. Pero la sospecha era más fuerte. Así y todo se lanzó con la pretensión de convertirse en el primer peruano en ser elegido democráticamente tres veces. Para ello se unió con Lourdes Flores Nano e hizo alianzas con varios grupos regionales. Tenía la fama de ganar, aún comenzando entre los últimos. Su forma de convencer, su idoneidad para leer lo que quiere la gente y articular un discurso con esos detalles le hacían temible para sus adversarios. Le magnificaban y por eso le criticaban. Le insultaban. Política al fin, no puede ser excluida la cochinadita. Perdió aparatosamente. Tanto así que hasta hoy en varios sectores se cree que el APRA recibió ayuda para no perder la inscripción oficial. Eso no está probado. Pero con él como protagonista ya había cosas que no eran necesarias probarse. Era y punto. Hasta que llegó el caso “Lava jato” y los colaboradores eficaces y delatores traicioneros que fueron filtrando información. A más hallazgos, más nerviosismo. Los sobornos llegaron a sus colaboradores más cercanos y funcionarios de confianza más notorios. Lo máximo que se probó fue que había recibido 100 mil dólares por una conferencia cancelada por la “Caja 2” de Odebrecht, a lo que él respondió que no podía existir ilicitud en ese cobro porque estaba registrado en la Sunat con pago de impuesto incluido y el precio elevado era por lo elevada de su fama y capacidad. Como en otras oportunidades, pocos le creyeron.

Si de algo se preciaba era que nunca había eludido la acción de la justicia. Cuantas citaciones le llegaban, él se presentaba al Congreso y a la Fiscalía. Sus opositores decían -con razón o sin ella- que era porque lo tenía todo arreglado y manejaba una red de jueces y fiscales proclives al APRA. Hasta que decidió regresar de España para una citación fiscal y cambió toda su situación. El mismo día que llegó se suspendió la cita y se cambió su condición porque estaba impedido de salir del país. Llegó a decir que tenía fuentes en el Ministerio Público que le aseguraron que pedirían prisión preventiva contra él. La paranoia le cundió y solicitó asilo en la Embajada de Uruguay. Pedido que le fue negado. Pero ya su figura era portada casi a diario en los diarios. En los últimos días se conoció -siempre bajo la filtración pertinente de sus antiguos amigos de Odebrecht- los sobornos recibidos por Luis Nava y César Atala, dos de sus principales colaboradores. Con PPK en prisión preliminar confinado a una celda él sabía que su camino estaba hacia lo mismo.

El martes 16 -como siempre lo hacía, al igual que la mayoría de políticos- coordinó una entrevista en RPP y se le notaba sonriente pero nervioso. Eso transmitía al público. Luego de esa entrevista se dio tiempo de dictar el curso que llevaba en la Escuela de Gobernabilidad de la Universidad San Martín de Porres. Los que estuvieron en esa clase han contado que lo notaron diferente y hablando mucho de la vida y la muerte. Si es cierto que tenía dateros en el Ministerio Público seguramente le dirían que la mañana siguiente irían por él. Efectivamente, antes de las siete de la mañana un fiscal con policías especializados llegó a su domicilio para enmarrocarlo no sin antes colocarle el chaleco de “Detenido”. Él no iba a permitir eso. Así que pidió permiso para hablar con su abogado y se disparó en la cabeza. De esta forma ha pasado a la historia como el primer Presidente de la República que se suicida ante una orden de detención. Se ha matado, es la verdad. Y con su muerte, lejos de enterrar las sospechas que se tejían en su contra, lo que ha hecho es reavivar un aprismo que tanto daño le ha hecho al país y que se ha graficado en una frase pronunciada por el menor de sus hijos: “El Apra tiene que volver al gobierno de cualquier manera”. Pero también ha reavivado un antiaprismo que, precisamente, es tan dañino que engendra políticos como Alan García Pérez que creen que todo gira en torno a él.

Integrante de una generación que ha convivido con lo bueno, malo y feo que ha hecho el aprismo bajo el liderazgo de Alan García Pérez, me da pena y cierta rabia el solo pensar que ni ellos ni nosotros hemos aprendido la lección de todos los años que ha sido protagonista, principal y secundario, de la política nacional y regional.