Cuando vuelvo a Perú una de las pocas ciudades que cambia, físicamente, es Lima, seguimos siendo un país centralista administrativa y mentalmente. Es de un centralismo en superlativo, defecto de diseño que a pocos interesa. Tanta es su fuerza que nos tiene aletargados e indiferentes, Antonio Gramsci condenaba esa molicie cívica, y contra el centralismo nadie levanta la voz. Nadie protesta. Además es una ciudad compleja, diversa y con más de doce millones viviendo de ella – es el problema del centralismo aunque miramos a otro lado. Se puede ver en los candidatos para estas últimas elecciones – en Perú los partidos políticos son casi de mínimos, de parte de ellos no hay ningún reproche al centralismo, sí lo hay, son tímidos como sí este modelo fuera la panacea y cura todos los males de un país asimétrico. Así andamos. Percibía en esos días que la vida política está empantanada por los casos de corrupción. Estos casos son una seria cortapisa para avanzar, más sí la mafia está en todos lados. En la televisión todos los días en los telediarios de la mañana se exalta la página roja: muertes, ultrajes, violaciones, asaltos están a la orden del día – muchas de las noticias son remojadas con xenofobia y ribetes de machismo. Pareciera que en esta patria no hay sosiego, la irrupción de la violencia política de una década deja sus huellas. Me ponía de los nervios tomar un taxi en Lima, no por los problemas de seguridad que los hay, sino por los brutales atascos en la ciudad. Es mejor no tomarlos en las horas puntas, hay que tratar de evitar o esquivarlos. Y aún así estos atascos ligeros son una tortura – me recordaba a Bogotá con los trancones. Se observa que las autoridades tratan de buscar soluciones aunque todavía no se traducen en un tráfico fluido. Inconscientemente tengo un baremo para medir el civismo de los que viven en una ciudad con el respeto a los pasos de peatones y el sonido del claxon. Aquí en Lima están a años luz de cumplirlos. Nadie respeta el paso de peatones, te meten el carro sin más – esa prepotencia tan estructuralmente peruana (¿sólo peruana?), y los conductores tocan el claxon sin venir a cuento hasta irritarte. Es Lima, con todas sus contradicciones y esperanzas.

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