El enigma de la candidatura más notable del 2014, donde un individuo tentó el poder convirtiéndose en el hombre araña, no se resuelve todavía. Cuentan los que conocieron el bochornoso episodio que la cosa sucedió cuando se acababa el carnaval de ese año. Entre concursos de máscaras, ruidosas pandilladas, salidas y entradas de vacas locas y otros hechos festivos, el aludido surgió como una avalancha. No acudió a la oficina de ningún financista emboscado, ni contrató publicistas melenudos, ni respondió a ninguna pregunta de los acuciosos bien informados periodistas locales. Tampoco perdió su tiempo en visitas a ciertos lugares con licores y butifarras. No hizo, además, mitin ruidoso y con final de parranda bebible y bailable.
El disfraz del hombre araña en la contienda de las urnas era tan perfecto que algunos lo confundieron con el original. Pero el candidato negó semejante hecho y nunca trató de imitar la destreza de su modelo. Parecía más bien un poco apático, incapaz de carreras, saltos, subidas, peleas con sus rivales.
Aun así, faltando una semana para el día de la votación, inicio su campaña electoral. La misma era de inevitable tendencia gastronómica. No era un simple café tertulia, un modesto caldo sin segundo o cualquier otro preparado. Era el afamado, codiciado y nunca saboreado plato virtual.
Cuando la bravos iquitenses, después de padecer ante el lento, pesado, tedioso, quelónico, servicio de internet, descubrieron el embuste, no dijeron nada. Disimularon con clase la lisura de esa propuesta que pretendía convertirles en más tontos de lo que eran. Pero a la primera cayeron sobre semejante pendenciero de la política. Ello ocurrió cuando aprovecharon que un malandrín de poca monta escaló nocturnamente hasta el segundo piso de una casa sin sus dueños. Esa subida solo podía hacer el temible hombre araña. Eso fue todo. El arácnido humano no obtuvo ningún voto, pues acabó en celda sin número