El albo y algodonoso Hugo Flores se coronó presidente de la república oriental de Mazán. En la encarnizada contienda electoral, donde también participaron el “gato negro”, una recua de rugientes otorongos, varios gallos de tapada, unos cuantos pollos y demás animales errantes del bosque y las callejuelas, se impuso por varios pescuezos de distancia el aludido porque a balazos obligó a la gente a votar por él y su programa criminal. El picante olor a pólvora invadió su administración de un extremo a otro, pues una vez en el poder acentuó su propuesta de solucionar a tiros los inconvenientes. Las balaceras ocurrían a cada instante. Y, a diario, eran enterrados los cuerpos plomeados y agujereados que caían bajo la artillería de tan enconado pistolero.

Cuando una mañana el plomeador Flores apareció con los cabellos teñidos de rojo achiote, se armó un escándalo entre sus partidarios y simpatizantes.  Nadie de ellos aceptó que traicionara el ideario albo, algodonoso, de cabellos blancos, con que se presentó en un canal de señal abierta. En vano le enviaron embajadores, solicitudes y documentos, pidiéndole que corrigiera su error, que volviera a sus canas de antes. El mandatario respondió adquiriendo una metralleta automática, granadas de mano y juegos pirotécnicos altamente peligrosos. Y se encarnizó en su propuesta de que las cosas se solucionaban violentamente, a balazo limpio, a tiros, cayera quien cayera.

Entonces, armado hasta los dientes, el mandatario Hugo Flores comandó los operativos nocturnos del serenazgo, las batidas de la policía de tránsito, las incursiones en los comercios, las requisas en las cárceles, el control de las vedas, el pago de multas, la cobranza de las deudas, el incumplimiento de los contratos laborales. En esas andanzas desplegó toda su artillería y, para una mayor eficacia, se tiñó el pelo de verde botella, poco antes de caer en un  atentado dinamitero ejecutado por “gato negro” que se sintió relegado por el temible Hugo Flores.