Granada a los años
Siempre habrá tiempo para hablar de la revolución. Siempre habrá tiempo para recordar lo que pudimos ser y hacer y nos faltó tiempo y decisión para lograrlo. Habrá momentos en que el romanticismo ceda a los proyectos ya caminados y sólo ahí recordaremos a Aristóteles cuando escribía que los niños esperan escuchar la historia porque la juventud espera vivirla y los ancianos contarla. Después de los cuarenta siente, que está en la frontera misma de la juventud y la ancianidad, uno mira la historia y quiere contarla a su manera, claro.
Por eso hoy recuerdo lo que me contaban sobre la revolución cubana. Tenía apenas nueve años y escuchaba hablar de un barbudo que se enfrentaba al imperialismo. No sólo se enfrentaba sino que a pocos kilómetros les sacaba la lengua, el dedo y toda su humanidad. Tenía varios compañeros. Uno de ellos conocido como Ernesto Ché Guevara. Muerto en combate. Asesinado con dignidad y es su dignidad la que vive por siempre.
Por eso recuerdo cómo viví la invasión a Granada. Tenía diecisiete años y andaba en los predios de Maurilio, ese sacerdote que tuvo muchos alumnos pero que solo fue maestro de pocos. Al ver las imágenes de la invasión me invadía una impotencia y pensaba en ese mapa que el sacerdote agustino pintaba en las pizarras del colegio: “Usa: usados”. Arriba los Estados Unidos de Norteamérica y abajo los países de Suramérica. Ronald Reagan con su mensaje en la televisión justificando la invasión porque la vida de los norteamericanos peligraba por la construcción de un aeropuerto bajo el trabajo ruso-cubano. Y como la vida de ellos peligraba no les faltaba escrúpulos para matar a Maurice Bishop, quien luego de ser derrocado, secuestrado y asesinado junto con 15 compañeros. No importaba la explicación que el aeropuerto iba a mejorar el turismo sino que los invasores creían que ahí se alzaba una base militar. Los 344 kilómetros cuadrados tenían que ser ocupados por 7 mil soldados bajados desde el aire y preparados en Costa Rica. De nada sirvió la experiencia traumática de Vietnam y apelaron a la inestabilidad política por la muerte de Bishop.
Todo ello recuerdo hoy mientras cuento algo de mis experiencias en esta etapa de mi vida que me coge en La Habana, Cuba. El mismo lugar donde combatió el Che, donde defendieron Granada y donde agradezco a Aristóteles por su frase eterna.
Si el Che levantara la cabeza…
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