Tierra Nueva:
Muestra en Trujillo de Extremadura
En el perverso imaginario de hace siglos, los peruanos del sonoro cajón y del ardiente pisco eran conocidos como pizarrinos. La palabreja era como una rebaja, un insulto y a nadie hacía gracia. Los hermanitos de ese apellido están vinculados a la conquista del Berú, Virú o Perú, palabra que puede significar río. Pero ese es otro tema. Los Pizarro nacieron en Trujillo de Extremadura y allí se hubieran quedado a engordar ganado, pero florecieron lejos, en un valle de buenos aires que pasó a llamarse Lima. Lo que son las cosas de este ingrato mundo. Siglos tardó esa ciudad española en recibir una noticia de un remoto lugar de la selva del Perú, conocido como Iquitos.
Cuando Gonzalo Pizarro ingresó a los verdes parajes, buscando la perfumada y cotizada canela para mejorar el sabor del combo diario, para agradar a su exigente paladar, no imaginó dos cosas. Primero, que todo le saldría por la culata. Segundo, que siglos después editora Tierra Nueva, algo anormal en una urbe iletrada y hasta orgullosa de serlo, con el apoyo fundamental de la embajada de Perú en España y de otras entidades de suma importancia, iba a arribar a Trujillo de Extremadura.
Después de un largo y prodigioso itinerario, que surgió en Iquitos y sus burradas a diario, partió hacia Madrid y sus entretelas, pasó por Valladolid y sus hierbas, la muestra fotográfica: El caucho: imágenes de una época, acaba de arribar a esa ciudad española tan vinculada a la maraña de la peruanía. Las fotos son inéditas en la mayoría de los casos, tienen ahora más de un siglo, no han perdido su eficacia y pueden ayudar a entender mejor esa infausta era, ese tiempo de sombras.
En concurrida ceremonia el evento fue inaugurado este 31 de enero del 2013. El escritor Miguel Donayre, en uno de los momentos de su presentación, dijo: “La idea pergeñada era transmitir a través de las imágenes que los hechos denunciados no eran tales. Que en los centros de explotación del caucho vivían pacíficamente y en armonía caucheros, indígenas y el bosque. Ustedes podrán ver a mujeres indígenas de largas cabelleras mirando atentamente a la cámara, con cierto candor y sin sospecha alguna, como obedeciendo a las indicaciones del fotógrafo”.
Ello explica la real intención de los caucheros al realizar las tomas. No eran curiosos ambientalistas o folcloristas de vacaciones. Eran cosa seria. La maniobra, la manipulación, el ocultamiento de la verdad, son parte de esas tomas, realizadas por un pariente de Julio César Arana, don Silvino Santos. En esas apariencias se puede leer también la historia del caucho, donde la manipulación no cesa hasta ahora. La lección última de esas fotos es que la fortuna de unos, el progreso de otros, puede ser el infierno para muchos. La historia sigue siendo una pesadilla para las víctimas de ese horror. Horror que algunos se niegan a ver.