Santa Nadine (una ópera rock)

Un accidente automovilístico, ocurrido al parecer por una imprudencia del chofer del auto que la conducía, motivó que la primera dama, Nadine Heredia, fuese directamente a parar a la clínica, con algunos golpes de menor consideración y una preocupación mediática descomunal.

El presidente de la república, preocupadísimo, cancela su agenda de trabajo y vuelve inmediatamente al lecho donde descansa la magullada, pero digna consorte. Se inicia el carnaval de visitas, desde la vicepresidenta, con un look que recuerda tanto a Isabel Pantoja. Hasta los supuestos malos de la película, el cuñado Alexis y la suegra Elena (no aparece el inefable Don Isaac), muestran su preocupación en vivo y en directo. La alcaldesa Villarán, jaqueada por una revocatoria que está a punto de perder, le manda flores. Los políticos de la bancada oficialista rellenan las microondas con sus mejores deseos, los opositores piden mesura y envían sus parabienes.

De un momento a otros, por esos imponderables caminos de la vida, la integridad de la esposa del presidente no solo se convierte en un tema de titulares, sino, más aún, un asunto de Estado. Desesperados hombres de prensa esperando las declaraciones del atribulado jefe de Estado, elucubraciones sobre la camioneta siniestrada, preguntas lanzadas al aire sobre la causa y el lugar.

“Nadine está bien, solo con contusiones”, dice el presidente, y el tema ya está en la discusión de las mesas familiares del Perú entero, en los horarios de almuerzo, en el cafecito de la tarde. La gente suspira aliviada, todo está mejor, ojalá pronto podamos ver esa sonrisa natural y contagiante. Ojalá pronto su figura que llena de luz y de esperanza por donde va se vuelva a ver, se piensa con mucha emoción. El Twitter, nicho fundamental donde reina sin sombra alguna, le pide que no se demore mucho, pues debe volver a ser el ente rector que guía los pasos de la Nación. Las bromas sobre su poder se multiplican, incluso algunos creen que el riesgo de un Ollanta manejando el carro del gobierno sin su joven y guapa copiloto es muy alto.

Nadine no es técnicamente una funcionaria pública, pero es la funcionaria pública más reconocido del humalismo. No es técnicamente una política en ejercicio de gestión, pero es la política con mayor aprobación pública del Perú. Ya no tuitea como antes, ahora ha pasado a la acción y se la ve constantemente en el canal del Estado, inaugurando obras, haciendo labor social, disertando en foros, comiendo de buena gana lo que le invitan, acompañando al presidente, mostrando que no está detrás, sino al costado (aunque, algunos, lúcidos o avispados, crean que ella esté unos metros adelante). Nadine baja a Belén, luego de las inundaciones, luego del incendio, y la gente se emociona, se aloca, la colma de menciones, de pedidos de besos, de abrazos, de solicitudes de regalos, de becas, de una simple mirada compasiva o cargada de dulzura.

Mientras los antagonistas están preocupados porque se presente a las elecciones del 2016, y el oficialismo le vaya preparando caletamente el gran show, el mayor, el central, ella sigue encandilando con su presencia telegénica, con sus vestidos sencillos pero elegantes, con su impecable carisma, con sus frases prefabricadas, directas y mesuradas, con su estirpe trabajólica que le ha granjeado el apoyo de “sus” ministros y la burla impotente de los radicales, ella sigue haciendo noticia y su figura brilla más que nunca aunque no aparezca su rostro.

Ya pronto la tendremos, una vez más, juvenil, impetuosa, inagotable, casi una visión, recorriendo calles, abrazando personas, sonriendo al futuro, con un mohín en la cabeza convenciéndonos que todo está bien, que no hay que sentir angustia, que los peruanos todo lo podemos. Y a ese escenario solo le faltará el decorado de cartón-piedra y las luces adecuadas y las marquesinas y la música adecuada. Santa Nadine, patrona de la Patria, la ópera rock que los peruanos de ahora precisan emocionados y gozosos, inicia nueva temporada.