Autoficción

Por Miguel DONAYRE PINEDO

El jet lag te hace vivir una auténtica y lúcida agonía. El cerebro parece que no descansa, le da vueltas a todo. Me despierto como a las dos de la mañana y pellizco una novela. Cojo el mando a distancia y enciendo la tele y no me llena lo que veo, son películas sosas y los telediarios repiten las noticias del día, «el discurso presidencial está sobrevalorado», me digo. Me quedo con los ojos abiertos por un largo rato, el tiempo va y viene dentro de mi cabeza como escenas en flash back. Repaso los pendientes de aquí y de allá ¿cuál de las dos agendas del día llevo? Me serpenteo como un reptil en la cama y el sueño no viene, me da la espalda. Doy vueltas y nada, la almohada se pone caliente que se hace molesta. Ensayo mil posiciones para conseguir el sueño y nada. Me remuevo y leo unas cuantas páginas, hala me visita el sueño por un momento. Duermes como si estuvieras en estado de alerta, pendiente del sonido de la alarma pero es falso, es el mismo organismo que se pone en guardia.  En vigilia como un perro guardián. Un amigo piloto de aviones me dijo una vez que los viajes aéreos en lugar de aminorar las distancias traen estos daños colaterales, el jet lag. El mismo me comentaba que el viaje en barco el fastidio del desfase horario se lleva mejor. Avanzas con el día paso a paso, no como en los aviones abruptamente. Es como chocarte de golpe contra una pared.