Por: Jorge Nájar.

Gran parte de la obra de Walter Lingán (Cajamarca,1954) se enfrenta al poblema de las mutaciones y autotransformaciones de sus personajes en lucha pemanente por su adaptación a las confrontaciones de nuestros días. Así, y hasta donde sé, ahora ha puesto en su laboratorio de transformaciones la imagen y la esencia de los diosecillos amazónicos enredados con los cazadores y extraviados aventureros en el fondo de los bosques.

En el caso de otros escritores que trabajan en el mismo filón, salvo algunas alusiones rápidas del pishtaco travestido en funcionario de la represión o de la runamula en mariposa de la noche, los otros dioses permanecían como ocultos entre bosques y tahuampas. Esa idea, con el aporte de Walter Lingán se ha acabado de golpe y porrazo. El poeta y narrador nos entrega en Tribulaciones de un Chullachaqui el sueño de llevar la imaginación ya no al poder sino al nervio central de la ficción.

¿Qué ha ocurrido? Walter Lingán paso su infancia en medio de la exuberante selva amazónica, a orillas del río Utcubamba compartiendo aventuras con la etnia awajún/wampis. Antes de cumplir los once viajó a Lima, donde tuvo que batallar en San Marcos. Desde 1982, reside en Colonia (Alemania) donde estudió Medicina. Se ha hecho merecedor en 1988 del Primer puesto en el Concurso Internacional de Relatos “José Maria Arguedas” (París-Francia) con la historia: “La danza de la viuda negra” (1988); Primer puesto de los Juegos Florales de la Tertulia Literaria El Butacón (Hamburgo-Alemania) con la historia: “El sabor de sus labios” (1996); Primer puesto y finalista del IV Concurso Literario “Voces del Chamamé” (Oviedo-España). Con todo ese bagaje se ha lanzado al reciclamiento del olimpo amazónico. Ha reciclado a muchos de los diosecillos de la infancia y los ha trasladado a la urbe. Los ha transformado en seres de carne y hueso. Y así, ahora cohabitan entre nosotros, en nuestros barrios, en nuestros puertos, en los pueblos.

Confieso que al inició me descolocó la oralidad del conjunto por la confluencia de giros y expresiones idiomáticas venidas de diferentes espacios y tiempos. El Chullachaqui, por ejemplo, en la voz del narrador es “Un dark. ¿Capito?” Pero luego el lector se acostumbra al registro y prosigue. Ocurre que además de los diosecillos del bosque traídos a la modernidad tercermundista, el lenguaje, la oralidad de Lingán, también termina convertido en otro personaje. Además, esa confluencia de horizontes, de tiempos, de espacios geográficos, le otorga modernidad.

Estamos ante una propuesta de travestir a los dioses del bosque en seres extraordinarios del universo ribereño; es decir, sirviéndose de la realidad geográfica y social, Lingán consigue que las figuras míticas de los diablos amazónicos sean nuestros compañeros de batallas. Y que incluso vivan con nosotros en esa localidad enclavada a orillas del Río Grande, conocido en el relato como el Culo del Mundo.

Sí, en Culo del Mundo viven los protagonistas centrales, Taltibio y su madre. Él es un Chullachaqui: “Es un enano… Con gracia de drag queen.” Ella es “La Doña, una jermita no tan misia, ni tan chihuán, que no maneja tanto billete, o sea, sin muchos chibilines, ¿manyan?… Ella computa que su nene tiene una misión más allá de percibir los sonidos del mundo.”

Aunque recurrir a los mitos ahora tiene mala fama, en estas Tribulaciones están todos los que la oralidad amazónica ha engendrado. Forman parte de la comparsa de Taltibio y su madre. Y le dan consistencia a una trama donde el develamiento de la vida de esa pareja misteriosa alimenta y nutre la intriga de todo este universo.

Por lo señalado no se crea que estemos ante la triple alianza del minimalismo, del miserabilismo y del ombliguismo que ha asolado últimamente los campos de la “ficción”. En la transfiguración, habita más bien la ambición de redefinir el sentido y la vocación de la ficción literaria fascinada por el vacío de una realidad transformada en espectáculo.

Y más allá, en el fondo de todo, vibra la ambición de no separar el placer de la lectura del vertiginoso estremecimiento de descubrir lo que ocultan esas vidas.

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