ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Es un libro de viajes. De recuerdos. De aprendizaje. De arcaísmos. De neologismos. De sentimientos. Es un recorrido por los lugares por donde alguna vez anduvo el autor y camina el lector. En sus páginas uno encuentra la tranquilidad amable de hechos y personas que caminan por los pueblos lameños, entendiéndose el gentilicio como la identificación general de los sanmartinenses. Al concluir sus páginas uno se siente un lameño más, tal cual.

Leyéndolo uno navega por el Alto Mayo, llega a lugares como Cuñumbuque y, de paso, el caserío de Estero. En sus páginas uno se topa con “el héroe cuñumbuquino, el soldado indígena Santiago Tapullima Pashanase” y cae en la cuenta que “Cuñumbuque no es más que un espacio de solo cuatro, seis u ocho cuadras”. O visita Pamashto, ese terruño que debe su nombre “a una especie arbórea que produce mal olor” y que, sin embargo, “destacan algunas huertas amplias como praderas llenas de árboles frutales”. Por el texto se aprende que San José de Sisa debe su nombre a una “flor” y el gentilicio sisimo es para nombrar a los que nacieron en toda la provincia de El Dorado.

Los lugares se recorren con su gente. Así, se llega a Agua Blanca, donde “vive un hombre singular, de casi dos metros de altura con el nombre de Víctor Largo” que no es famoso por su perfil quijotesco sino porque “bebe todo el tiempo” y siempre está en busca de “un interlocutor para platicar, fumar y beber”. Con esos lugares, su gente y costumbres, uno lee “Lamasmanta” con la seguridad de estar recorriendo Atumplaya, Barranquita, Santiago de Borja, Unkuyaku, Shanao, Logroño, Saposoa, Yurimaguas, Iberia. En esos lugares puede leer frases como “cinco pintores es demasiado para un pueblo tan chico” y, para darle cierto enigma al recorrido, quedarse a observar unas pinturas, con la frase “fueron pintadas en 2008 casi con el mismo estilo del pintor Huisacayna Ramos, pero esta vez la firma es otra, REFASA, pero no se sabe por qué motivo están firmadas con las iniciales de un cura de Iberia llamado René Saldívar Farfán”, a pesar que pertenecen a Javier Huisacayna Ramos, natural de Camaná, Arequipa. Queda retenida en la memoria esta frase para definir una zona donde “los perros se amodorran por causa de la brisa que viene del gran río”.

Luis Salazar a la par de llevarnos por los pueblos de la Selva también lo hace por Armenia, Lyon, Albi, Alcalá de Henares, Florencia y otros donde alguna vez estuvo. Variedad de lugares y personas. ¿Qué sería de los lugares sin la gente? Por eso dedica varias líneas a María Andrea Tapullima Salazar, Consuelo Silva Benites, Humberto Casteblanco y Ricardo Egúsquiza: “después de los cuarenta como que la vida cambia brutalmente…” y añade una radiografía que todos los que pasamos esa edad y más tenemos que aceptar hidalgamente cuando los pelos aparecen con mayor frecuencia en los oídos y la asistencia al urinario en cualquier lado es urgente.

De todos esos lugares maravillosos hay que detenernos en Saposoa, no sólo porque es la tierra de Francisco Izquierdo Ríos sino porque Luis Salazar nos regala un texto cariñoso hacia aquel escritor. Izquierdo Ríos es uno de los pocos amazónicos cuyo pueblo siempre lo recuerda y sus familiares han emprendido reediciones hermosas para perennizar sus libros. ¿Hay otra forma de rendir tributo a un escritor?

Si en sus páginas uno queda enamorado de las bondades geográficas y costumbres del poblador lameño, el autor en las hojas finales se encarga de mostrarnos el aporte filosófico de algunas ciudades europeas cuando nos confiesa que “amanecí en la mágica Florencia… la cantidad de esculturas y otras obras de arte regadas por toda la ciudad era anonadadora”. Es verdad que uno queda impresionado con los detalles sobre Lamas, de la forma cómo se llega, cómo se traslada de ahí a otros lugares, de la gente marcadamente ingenua y las narraciones que el caminante, que no es otro que el propio Luis Salazar, nos entrega con sencillez propia del lugar y, sin embargo, llenas de aprendizaje y convencido que esos arcaísmos tal vez en el futuro se conviertan en neologismos. Si tomamos en cuenta que la vida misma es un ida y vuelta, un “corsi e ricorsi”.

Leyendo “Lamasmanta” uno tiene que pasar de las primeras páginas a las últimas porque tiene que consultar palabras quechuas, lugares ya extraviados por el desuso, y al final, siempre al final, se topa con un ¿homenaje? a Iquitos: “el emporio de oportunidades; la ciudad de los suicidas temerarios que desprecian el obligatorio casco; de megaespectáculos de rutina, con decibeles más altos de lo permitido para tener una capacidad auditiva saludable”. Al terminar “Lamasmanta” tanto el autor como el lector “sonríe, cavila y calla” de la mano de textos rescatados de César Vallejo, José María Eguren, José Vasconcelos, Manuel Velázquez, Humberto Zevallos, Tolstoi, Trotski, Shevchenko, Okudzhava, Maktangrunaka, Francisco Izquierdo Ríos, Dostoyevski, José Gálvez Barrenechea, Iliá Amóldovich y Yevguéni Petróvich con los que eleva, como el lugar donde está Lamas, a la altura que tiene nuestra literatura amazónica.

Lamas, 14 de noviembre 2024.

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