ESCRIBE: Miguel Donayre Pinedo
Hace unas semanas, en estos días de otoño, leía en el Diario del Amazonas de Roger Casement que mientras él visitaba los territorios del diablo en el Putumayo le daba tiempo para perseguir mariposas. Es más, en su diario él cuenta esta afición: “Omarino y yo acechamos algunas maravillosas mariposas, con lunares negros y verdes, y con una rayas y negras y carmesí escarlata. Omarino capturó una – una blanca y roja- pero dejé que se fuera enseguida y voló sin que le hiciéramos daño. Fui incapaz de aplastar el pequeño cuerpo palpitante entre mis dedos”. Aquí se percibe la sensibilidad del comisionado por estos insectos. En otro momento cuenta: “Vi algunas mariposas espléndidas hoy- diferente de cualquiera de las que vimos en el alto Igarapaná-, una variedad pequeña con puntos redondos, naranjas y negro, que era excelente. Mientras estábamos e Recreio y Triunfo, un ser alado y grande, de color amarillo ocre y siena quemado, revoloteó a lo largo de la cubierta”. Narra con detalle como son estas mariposas que observa. La información también decía que la colección de mariposas de Casement del viaje al Putumayo se puede ver en el Museo Zoológico de Dublín. En el mismo diario, de este comisionado del imperio inglés, muestra su desosiego, molestia, de estar en un territorio donde la muerte se observa y se huele por las diferentes estancias. Señalaba en una parte de su diario que: “No he hecho nada en todo el día- no me encuentro muy bien-, este horrible ambiente criminal me pone enfermo”. Cuando leía que él se ponía a atrapar mariposas en un viaje donde todos los días observaba la esclavitud de seres humanos, las muertes, testimonios sobre asesinatos o como él llamaba “ambiente criminal”, seguro que ir con la redecilla a atrapar esos insectos ¿era un tubo de escape a lo que veía?, ¿hay un límite moral para hacer público nuestras aficiones en medio de una barbarie? Me deja aturdido.