Por Miguel Donayre Pinedo
Recuerdo que un general de la policía se quedaba mirando a la cara al jefe terrorista de Sendero Luminoso, este profería palabras que eran inanes a los oídos de este policía. El pata que dio el grito de la lucha armada vivía cómodamente en una casa entre Miraflores y Surco, lo descubrieron rebuscando medicinas en la basura y de un buen trabajo del servicio de inteligencia. Para mí esa imagen del policía mirándole estoicamente a ese asesino fue un triunfo de la decencia frente a la demencia [les separa solamente una letra]. Este mofletudo profesor de una universidad ayacuchana sería juzgado de acuerdo a las leyes vigentes en esos momentos y castigado con la cárcel, era el responsable de muchas muertes. Pero lo que ha sucedido con Bin Laden no tiene nombre. Un grupo de comandos con orden de matar ingresa a un país extranjero y lo liquidan sin más (un terrorista como este merece que le caiga todo el peso de la ley y que vaya a la cárcel). El país de las libertades y sus turiferarios europeos que se jactan de la creación de los derechos humanos y del debido proceso han abdicado. Sin escucharlo lo han matado, sin más. Y delante de los ojos de quien ordenó la muerte. Es tirar por la borda lo poco de decente que nos queda, la cordura. Ser firmes en los momentos difíciles. Ha sido otra página triste para el Derecho y para la ética que tanto nos reclama.