Son y han sido meses en tierra incierta. Sin tener un punto de referencia. En el que estabas y no estabas. A veces, era un limbo molesto Era un terreno pantanoso y de mucho desasosiego. Han pasado cerca de un año cuando decidimos vender el Olmo y buscar nuevas tierras. Fue una tarea hercúlea y hasta ahora no hemos puesto el punto final. Casi siempre nos falta algo y eso que llevamos casi dos meses y días en estos quehaceres de la mudanza. Detalles que no han sido tomados en cuenta, y que recién emergen cuando estás en el nuevo sitio. Lo mejor es no reprocharse y seguir para adelante. Me doy cuenta que cuesta desraizarse. Es una cuerda muy larga que te atrae y no te quiere soltar. En mi vida adulta, en este lado del charco, me he vuelto más sedentario, luego de una infancia nómada entre la costa y selva de Perú. Con toda esta experiencia creo que enraizarse en un sitio tiene mucho coste no solo monetario sino emocional. Cuesta mucho salirse de un sitio. Con mi infancia errabunda sentía de estar en un lugar u otro no me costaba tanto esfuerzo. Recuerdo que el embalaje de nuestras cosas lo hacían entre mi madre y mi padre, no sé cómo y con qué tiempo, los hijos permanecíamos ajenos a esos momentos. Pero para mí esto de hacer las maletas ha sido y es una brutal tarea. En este ínterin hemos acumulado insomnios, pequeñas discusiones y largos armisticios con F. No ha sido fácil, pienso que llevo acumulado cansancio más que físico, existencial, en el sentido que las reformas no es tarea fácil. Conocer a los nuevos vecinos todo un acontecimiento con sus aprehensiones y manías. En ese recorrido asistimos a una bronca reunión de los nuevos vecinos, quedándose en los anales de las riñas y afrentas, fue tan fuerte que dimitió el gestor de la finca. Cuando se sometió a votación no se lo podía creer, a casa. Y todavía seguimos aprendiendo.