ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
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El desarrollo de una sociedad se mide por la forma cómo trata a los niños y adultos mayores. Hay que darse una vuelta por los colegios de educación inicial del Estado para saber si los niños que albergan en sus aulas están recibiendo enseñanzas en lugares apropiados. Hay que ir a los albergues de ancianos para conocer en qué condiciones reciben sus alimentos y el cuidado de su salud los inquilinos de esos lugares. No existe en Iquitos lugares públicos adecuados para los niños. Los adultos mayores carecen de espacios adecuados para pasar el tiempo.
Hace varios años -sucedió en los años del gobierno de Fujimori- se implementaron los centros del adulto mayor a través de EsSalud. En algún tiempo inclusive geriatras visitaban los domicilios de pacientes que ya no tenían que hacer cola para ser atendidos. Como se comprenderá, las personas llamadas de la tercera edad, no sólo necesitan atención médica sino un poco de cariño y mucho tiempo dedicado a ellas. En esos centros reciben clases de música, teatro, idioma extranjero y asistencia psicológica para vivir como debe ser.
El Centro del Adulto Mayor de EsSalud es el mejor de todos los de su género en Iquitos. No es la intención de este artículo reseñar las bondades que allí se planifican y el trabajo extraordinario que realizan los encargados. Tampoco es la intención destacar los programas en los que participan sus miembros. Ni mucho menos llamar la atención de las autoridades para que dirijan sus miradas hacia el centro.
El domingo pasado, contrariamente a otros años, me había propuesto evadir el consumo de licor en la celebración del cumpleaños de mi madre, para observar cómo se divertían sus invitados. Ella había invitado mayoritariamente a sus compañeras del CAM. Y, me han dado miles de lecciones en pocas horas. La primera de ellas: la puntualidad. Las citan para una hora y están minutos antes. Pero la lección mayor la recibí cuando llegaron los que dirigirían la llamada “hora loca”. Los hijos de Julia Judith habíamos tomando la previsión que la hora fuera máximo de 35 minutos, entendiendo que es un despliegue de energía y sincronización, cuyo exceso podría poner en peligro la salud de la cumpleañera y los asistentes. ¡Qué tal vitalidad!
Al día siguiente de la celebración viendo el video de la celebración, doña Julia dijo que le había parecido muy poco “la hora local”. Y que ella podía seguir con el baile. Razón no le faltaba, como se entenderá. Porque, ya sea rock and roll, toadas, cumbia, salsa y el ritmo que se pusiera generaba más vitalidad en esas señoras que en su mayoría ya estaban en base siete, sino ocho.
Más allá de la alegría que provoca ver a la madre con ese ánimo y que disfrute de una celebración donde se destaca sus 80 años me ha sorprendido gratamente ver cómo derrochan vitalidad esas señoras. Muchas veces no son parte de la agenda pública y, cuándo no, las autoridades están a la espera de un día celebratorio para saludarlas. Bastaría con que cada uno de nosotros volteemos la mirada hacia ellas. Comprobaríamos que, contrariamente a lo que presumimos, tienen muchas cosas que enseñarnos y que en ellas la edad no es sinónimo de jubilación. Habría que voltear la mirada y seguir de frente con ellas.