Escribe: Jorge Martín Carrillo Rojas

Miércoles 29 de agosto 14:09 horas. Estoy frente a la laptop para escribir mi habitual columna de los jueves antes que me gane la mala gana. Suelo consultar con mis más cercanos sobre qué temas, de los muchos, que podría merecer una humilde columna. Están los audios de mi colega Mónica Acho, la participación en el record Guinness por la mazamorra del aguaje, entre otros, temas de actualidad.

Sin embargo, he decidido olvidarme de los problemas cotidianos y escribir sobre una etapa de mi vida, quizá, de las más bonitas que pude vivir, aunque el espacio pueda ser corto. Es mi etapa de cadete en el Colegio Militar Leoncio Prado. El colegio tradicional de La Perla en el Callao, que el pasado 27 de agosto cumplió 75 años de vida institucional.

Fue, como muchos, entrando a la adolescencia de los 14 años, en algunos casos un par de años más., en que conjugamos, sin darnos cuenta, en un grupo de mequetrefes desconocidos entre todos, que con el paso de los días fuimos conociéndonos.

El referente más cercano a la civilidad es la obra del excadete Mario Vargas Llosa: “La ciudad y los perros”. Muchos han leído la obra, pero son más los que han visto la película de Pancho Lombardi.

Es pues el Colegio Militar Leoncio Prado, lo más cercano a la intimidad de amigos. A la chacota, a la pendejada sana o malsana. Es pues, el Colegio Militar de La Perla Callao, el espacio al que por más modificación de infraestructura mal hecha por aprendices de arquitectos, con el perdón de los exleonciopradinos de esta profesión. Que no pudieron sustentar no destruir la tradicional infraestructura y mejorarla sobre esa tradicional arquitectura.

Pero lo que sin duda ha hecho que el Colegio Militar Leoncio Prado tenga el prestigio y reconocimiento en nuestra sociedad, es que quienes se han formado en este colegio han cultivado es que la amistad, camaradería, han discrepado, pero por sobre todo el accionar

social como he sido testigo de los integrantes de la Cuadragésima Tercera Promoción, la 43: ¡La Mejor! ha sido lo más hermoso que he podido comprobar.

Ha sido pues el Colegio Militar Leoncio Prado, el que me acogió durante dos de los tres años que uno tiene que convivir ahí. Los motivos de no terminar luego de los dos años más duros, son temas familiares. Más allá de eso, es imposible no dejar de recordar a algunos como: el negro, el burro, careguante, borracho, el chueco, terrusho o terruco, él lo sabe. Cholo malo o bueno, el lobo, el rojo, cabezón, culón, masca fierro, carelija, tiburón, bam bam, terminator

chancro, pachancro, la micky, la foca, caretumi, el oso, lagarto y más. Una fauna de apelativos y sobre nombres. Claro está que imposible no recordar a mis compañeros de sección: la segunda y a la primera, con la que compartíamos el pabellón de la cuadra, a quienes casi no menciono porque merecen una columna especial.

Éramos y somos de todas las razas: costa, sierra y selva, reunidos en seres humanos con virtudes y defectos, pero por sobre todo con algo valioso. La confraternidad que aún existe así pasen los años. Siempre recordando parte de la letra de nuestro himno: ¡Alto el pensamiento! que siendo una frase que nos permite reconocernos entre todos los exleonciopradinos.

Feliz aniversario a mi Colegio Militar Leoncio Prado, sobre todo a mis promocionales de la Cuadragésima Tercera Promoción. Ahí voy para hacer salud luego de 30 años…continuará.

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