Parto de la premisa de quien decide coger los talegos y dice que se va del lugar de origen es que está inmerso en el síndrome de la rana hirviendo. La salida es un resultado inminente. El entorno se hace hostil, irrespirable, frustrante. Es un claro síntoma de que el lugar donde estás no satisface tus expectativas. Hay muchas situaciones que quieres cambiar y estas siguen siendo las mismas, solo recibes un encogimiento de hombros como recompensa. Este es un paso dentro de los muchos que hay que dar. El otro es la sociedad o el lugar donde uno es acogido. Es otra situación difícil. Si queremos complicar más si el lugar de acogida tiene otro idioma, no es nada fácil, con el mismo idioma tampoco es sencillo, una misma palabra puede tener otro significado o palabras que no se usen. A mí me cuesta días metabolizar un nuevo idioma cuando salgo de viaje, para F es más fácil. Me cuesta cogerle el punto, me trabo y balbuceo palabras ininteligibles. F rápidamente pilla los usos locales. A mí se me hace una cuesta resbaladiza. En esa situación mientras caminaba por el calçadão del mar de Iracema imaginaba la decisión de mi hermana que es médico para liar bártulos y venirse hasta Brasil con un idioma ajeno a ella y con ánimo de ejercer la profesión – lo han hecho muchos peruanos y peruanas como ella. Hay que tener un revestimiento emocional muy fuerte y a la vez muy elástico. No debió ser fácil. No es nada sencillo. Un país con diferentes gramáticas sentimentales y culturales en su población (aquí se come la tapioca hasta en helado, para mí esto es demasiado), con otros códigos y sin el capital simbólico que tenías en el lugar de origen. Aquí partes de nada. Pones el contador a cero y empezar a caminar. No es un camino cómodo. Se enmaraña e ilumina en muchas partes del tramo. Son estas decisiones que nos labran el camino.

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