En vista de que no podía con la limpieza de las calles de la ciudad, puesto que todos los días del Señor los desperdicios amanecían campantemente en esquinas, veredas y otros lugares urbanos, la empresa recogedora de basura decidió capacitar a los usuarios mediante cursos. Ello  para que aprendieran a convivir con los desperdicios de siempre. Para eso contrató los servicios de expertos en tal menester para que instruyeran a los moradores de aquella ciudad en el arte de no mortificarse para la basura circundantre. Fue así como la urbe oriental se vio impregnada de un nuevo espíritu. Un espíritu alegre y dispuesto a cualquier cosa para evitar el conflicto o la desavenencia con dicha empresa.

En el aire festivo que gobernaba la ciudad de entonces las gentes adornaban los montones de desperdicios con motivos de parranda, con alegorías o con símbolos que tienen que ver con la paciencia y la paz. Nadie protestaba por la basura acumulada, por la abundancia de gallinazos, por los malos olores. Todos y todas parecían vivir en un paraíso y se esmeraban por sacar el jugo a los desperdicios. El que menos se convirtió en un consumado reciclador y cuando podía se dedicaba a tratar de sacar el mayor provecho de sus desperdicios acumulados a su alrededor.

El mayor empeño que ponían  era extraer de la basura la corriente eléctrica.  Debido a los apagones cada quien se esmeraba  hasta el último aliento para remediar  esa situación. Para lo cual montaron  verdaderos laboratorios incipientes en sus casas y luchaban contra las limitaciones de la falta de presupuesto. Ante esa inconveniente la  empresa recogedora de desperdicios contrató los servicios de expertos para que ayudaran a la gente a extraer esa energía. La jornada va por buen camino,  y se supone que antes del fin de este año la corriente eléctrica surgirá de pronto de entre los desperdicios acumulados.