ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Ha sido la Semana Santa con más olor y actitud de santidad que recuerde. Porque hubo años en que contraviniendo las disposiciones de la jerarquía Católica hasta me comí varios kilos de cerdo el mismo viernes porque el estómago no estaba para días de guardar y los asados porcinos que enviaba mi madre no había donde guardar.

Tomando vino con algunas amistades. Con el recuerdo de los días selváticos donde las procesiones siempre vienen por dentro hubo tiempo para todo. Recorrer a mediana velocidad la Panamericana Sur y extraviándonos en los vericuetos de un tránsito que para ser jueves ya se ponía insoportable. Llegar al balneario de Punta Hermosa para conversar con el único varón de la estirpe que en su momento creó y procreó el abuelo Juan José ya sea en las orillas del Huallaga, Marañón o Amazonas. Saborear los potajes de la tía política que me devuelven a los años universitarios cuando llegaba las doce del mediodía y no había pan bajo el bazo y pasaba las doce de la medianoche y tampoco se asomaba ningún pan. Tomar unas cervecitas para endulzar la existencia a pesar que se lo conoce como licor amargo.

Revisar los originales del poemario en ciernes que adereza la mejor poetisa de la Amazonía y una de las mejores del Perú y también del mundo: Ana Varela Tafur. La palabra bien puesta, bien pensada. Esos versos alejados de la mediocridad que me temo se acerca a pasos agigantados por la floresta son la muestra que siempre habrá tiempo para la calidad. Que a pesar de la ausencia de nuestra Premio Copé siempre nos deleitará y acribillará con sus creaciones heroicas. Ya lo verán, ya lo leerán, ya lo disfrutarán con el diseño de portada de otro de los artistas grandes de la Amazonía. Es también lo mejor que nos ha pasado y pasará.

Y ya en la tarde releer a Julio Ramón en sus cuentos inmortales. Encarnados en cada uno de sus personajes, sintiendo que la descripción de las calles es la propia y haciendo de los personajes urbanos que pueblan sus creaciones unos alter ego universal. Hablando de él y de ellos con el vástago que nos envió la vida y reconociendo en la charla que, salvo la literatura, todo es ilusión y reconociendo que con ella seremos mejores ciudadanos. Ojeando y hojeando los diarios on line y deteniéndose en la frase final de una crónica cargasllosiana: “en esta vida nadie tiene derecho de aburrirse ni de deprimirse, porque, pese a todo, ella es lo mejor que nos ha pasado”. Es domingo de resurrección y no hay tiempo para más. No hay tiempo para aburrirse, menos para deprimirse. Porque la vida no está para resurrecciones sino para celebraciones.