Las personas solemos asociarnos por intereses parecidos, bueno, es una premisa que puede tener matices más claros o más oscuros. Es muy común observar que en las pelis gringas haya un club con nombre griego Alfa, Beta (ese espíritu asociativo se traduce en la península en las peñas, forma parte de una muy peculiar) e inclusive hay tramas policiales y de terror alrededor de estas catervas de socios. También hay grupos, mesnadas alrededor de la Literatura. Los cafés que fueron instituidos por mujeres, por ejemplo, han parido diferentes grupos literarios y los lugares donde se reunían suelen ser emblemáticos como el Wony en Lima, para un grupo de poeta de los ochenta o los famosos cafés parisinos de la bohemia y el arte. El café Gijón en Madrid es un lugar emblemático, todavía recuerdo al lustrabotas anarquista que trabaja allí, también hay otros cafés. Un amigo me comentaba que mientras estudiaba en el extranjero trató de promover una asociación de estudiantes peruanos. Maestro, me dijo, los primeros días fue la mar de bacanes. Una dulce luna de miel. Pero luego la convivencia se volvió tormentosa. Todos querían ser jefes y no faltaban las intrigas y rivalidades ¿será muy peruano? No, no. He recogido testimonios de otras nacionalidades con situaciones algo parecidas. Es que sumar a otras personas requiere cierta madurez emocional, y algunas personas carecen de ellas, y los proyectos colectivos pagan el pato, fracasan estrepitosamente. Aquí en Madrid suelo cortarme el cabello en una peluquería fundada a principios del siglo XX. El dueño era un viejo señor refunfuñón, todavía me cortó el pelo. Ya falleció. Sus hijos han tomado el testigo del negocio. Mantiene la fachada con ornamentos como en los tiempos de Ñangué o cuando reinaba Carolo diría mi suegra. Un día mientras me cortaba el pelo, la hija, me comentó que su padre y otras personas habían fundado El club del buen hablar y de las buenas costumbres. Me quedé patidifuso de la impresión y pronuncié un instintivo ¿Qué? Luego degusté la noticia ¿De qué hablarían en esos sanedrines del buen hablar?, ¿eran solo de castellanos?, ¿participaban personas que hablaban castellano pero de otros lugares de la tierra?, ¿se admitían mujeres?, ¿acudían de la mano de diccionario?, ¿Hacían una vida paralela a las reuniones de la Real Academia de la Lengua Española que está a unas calles de la peluquería? Este tipo de anécdotas son muy golosas para la imaginación.