[Tierra Nueva en Manaus]:

ESCRIBE: Percy Vilchez Vela


La conocida y admirada monumentalidad brasileña se expresa con contundencia en el renombrado Teatro Amazonas. Una calle o cuadra entera es su asiento y su habitación. El viajero que arriba a la ciudad de Manaus no tiene más alternativa que asombrarse ante el portento cultural que se vincula de renombres y celebridades como ningún otro lugar en la fronda. Hace poco, Tierra Nueva, continuando con su cruzada trazada a través de los años, arribó a esa urbe cosmopolita y presentó libros editados en la bullanguera Iquitos. No cabe la menor duda de que nuestra metrópoli está lejos de la urbe brasileña. Una semblanza de ese celebre lugar nos ayudará a ubicarnos mejor en el concierto de las ciudades amazónicas del continente verde.


En la extraña biblioteca de Adolfo Hitler no escaseaban los libros sobre estrategias militares, guerras del pasado. El asesino a sueldo barato era un fanático de las armas, ajenas. El que nunca aprendió a disparar ni con una baladora escolar, fue capaz, como un tal Abimael Guzmán, de mandar matar a seres humanos que no pensaban ni actuaban como él quería. La cultura, la lectura de libros o la misma escritura no hacen a ciertos hombres y mujeres mejores de lo que son. Los pueden envilecer en nombre de una utopía extraviada como fue el sueño ario de dominar el mundo. Es muy posible que el supuestamente refinado Julio Cesar Arana frecuentó con entusiasmo ese centro cultural que era y es un homenaje a la proverbial monumentalidad brasileña.

En cualquiera de sus selectos ambientes el cauchero debió sentirse no un hombre vulgar, sino un varón de mundo, culto y bien leído. Entre los espectadores habituales bien pudo sentirse otra cosa, una Kola real en el desierto. En el desarrollo de las óperas o de las obras de teatro olvidaba que era un monstruo para miles de oriundos, para aquellas victimas que sacrificaba en nombre del renombrado progreso, del cacareado desarrollo. En ningún momento el célebre cauchero riojano imaginó que los excedentes que producía a manos llenas la goma podían servir para convertir a Iquitos, y a cualquier ciudad amazónica, en algo distinto a un lugar con vanidosas mansiones que más evidenciaban orgullos provincianos, jamones del último mundo.

El portentoso Teatro Amazonas surgió en plena carnicería cauchera. Los líderes brasileños de ese entonces, más lúcidos, más modernos, más aptos para la empresa de construir un país, decidieron invertir en una sede que durara toda la vida como si se tratara de un templo de los siglos, una sinagoga para el culto perpetuo de una fe, la religión de la cultura. No se anduvieron con mezquindades, con regateos o con informalidades, conductas tan peruanas a la hora de los loros. Y así surgió esa sala como un desafío a todo lo que es efímero, a lo que pasa y perece. Ese afán de inmortalidad inicial fue más que una simple vanidad. Fue un pensar en serio en los venideros que hasta ahora se benefician de la ganancia que se obtuvo ayer nomás.

El teatro Amazonas se eleva entre los ríos Amazonas y Negro. Es decir, cerca del lugar donde don Henry Ford no fue capaz de construir ni una llanta de bicicleta. Desde ese punto de vista, la del aprovechamiento integral de la materia prima, ese ambiente fue una victoria sobre el vigoroso capitalismo norteamericano que se empecinaba en acumular y excluir. En el presente, ese capitalismo que solo se empeña en excluir es un fósil y esa sala sigue invicta a través de las generaciones. El nombre de Arana no está por ningún lado, como es natural. Y es mejor que el cauchero peruano no hubiera metido la mano en su billetera para contribuir con algo de sus ganancias. Lo anterior pudo ocurrir, pues el riojano hizo empresa en Manaus como casi todo el mundo sabe. Para arribar el Teatro Amazonas solo necesitaba caminar unas cuantas cuadras. Y ya se encontraba entre lo mejor y más graneado de la sociedad provinciana de ese tiempo.

El hecho de ser forastero en el tiempo del esplendor no le hizo renegar de la pobreza espiritual y material de su zona, ni le hizo tratar de imitar a los caucheros castellanos que con las ganancias de la extracción de la goma del río Tapiche hacían obra en la tierra española. ¿Dónde está un triste penique invertido en Iquitos que nos pueda hacer recordar con respeto a Arana? Sus defensores que todavía quedan no sabrían responder esa simple pregunta. ¿Cómo pudo tanta fortuna evaporarse en un segundo fatal? Ningún cauchero brasileño sobrevive, como es natural, al agravio de los años, Pero está el teatro amazonas, como un testimonio vivo de vidas que fueron en un homenaje a la monumentalidad brasileña como ya dijimos o escribimos al principio.

Los que creen que saben sostienen que Arana tenía una portentosa biblioteca personal. Uno de ellos dice que algo de ese portento está en Londres. No interesan ambos datos. Lo que cuenta es que los ricos de hoy no pueden seguir imitando estúpidamente a Arana y su negativa a invertir, a gastar en su propia tierra amazónica. En Tierra Nueva no danzan los millones de soles o de euros, pero el dorado sueño de hacer en Iquitos algo parecido al Teatro Amazonas nos seguirá acompañando. Es posible que la eternidad exista, no hay ninguna prueba en contra de su dominio, y ese centro cultural situado en la plaza San Cristóbal, es hasta ahora un emblema de la destrucción del deterioro del tiempo. Las ruinas de los días no le alcanzan desde 1896. Así se ha convertido en otro desafío para los que no nos resignamos al triste presente cultural del Perú y de su pobre Amazonía.