[Por: Moisés Panduro Coral].
Me pregunto: ¿qué pasaría si todas esas montañas de dinero que ciertos grupos polìticos han invertido en más de tres años de campaña municipal y regional exultante de dinero e insultante de ideas se va al mismísimo demonio, a los reinos del averno?; ¿por qué no pensar en darles una paliza democrática a quienes han convertido la política en un lastre de la democracia que encadena conciencias y mete mano a las arcas municipales y regionales sin escrúpulo alguno, sin ningún remordimiento, sin carga de conciencia, sin golpes de pecho, ni contricciones, ni pesadumbres, ni pesadillas?; ¿cómo recibirían esos negociantes del voto popular una derrota inesperada en las urnas, una caída estrepitosa de las ganancias que vienen proyectando, un tropezón que flagele su miseria de espíritu?.
Me respondo yo mismo: francamente no creo que les dolería perder una elección, no les dolería el rechazo del pueblo, por que ganarse al pueblo no es la razón de ser de su inversión. A ellos en realidad perder una elección les dolería en el alma de su billetera y, por supuesto, en el corazón de su bolsillo; no concibieran en su ser la idea de haber invertido tanto para no lograr un centavo, pero lo peor de todo sería que todas sus proyecciones con líneas hacia arriba que han estado dibujando durante todos estos años en sus neuronas monetizadas, de repente se conviertan en una línea trazada sobre el agua, en una ilusión que se fue al suelo, en una noche de fogatas de hielo.
No estaría mal castigar a los angurrientos. Hace muchos años que sabemos que lo que anima a la gran mayoría de nuestros políticos no es la vocación de servicio al pueblo, sino la desesperación por ordeñar la vaca lechera del Estado. Colgados de la ubre presupuestal pública muchos de ellos han construído y construyen grandes fortunas personales que le sacan la lengua a las cifras de atraso escolar en comprensión lectora y en razonamiento matemático que nos averguenzan ante la nación y el mundo; cuántos de ellos han levantado su patrimonio nadando en la charca de la ilicitud, regodeándose en la asombrosa inexistencia de control del gasto, mientras la muerte ronda en los hospitales y en las familias pobres por falta de una buena atención médica y por las virosis de origen desconocido que se incrementan con el hedor fétido, la humedad congestionante y los agentes transmisores surgidos de los caños abiertos por millones de soles enterrados bajo el suelo iquiteño.
Y lo mismo ocurre con los otros, sí, con esos que se proclaman diferentes pero que en la práctica hacen lo mismo con la plata municipal. Negocian los contratos de obras públicas, manejan a su criterio personal los postores, rinden cuentas a sus grandes proveedores, drenan el dinero hacia sus cuentas bancarias, y les interesa un comino partido por la mitad la condición en la que está el territorio que el pueblo les ha encargado desarrollar. Los políticos deben saber que estas situaciones de inequidad, que estas condiciones gestadoras de injusticias, de abismales diferencias como las descritas, un día se volverán insostenibles y desatarán una explosión de rabia, de dolor y de catarsis. Ojalá se de pronto, en las urnas, cuando el pueblo en un arrebato de disrupción política elija una opción diferente a quienes sienten que con este escrito les ha caído el guante.