Mirar, analizar, cuestionar. De aquel cuestionamiento interior, de aquel fuego que puede ser calcinante, parte la búsqueda. La investigación. La introspección.

De allí, el descubrimiento.

De aquellos descubrimientos, a veces definitivos o impensados, alcanzas la revelación y la claridad.

Lo siniestro, según Schelling, es aquello que, debiendo permanecer oculto, ha sido revelado. Pero la revelación no es sórdida per sé, como usualmente se encuentra en la investigación política. La revelación, en el caso de la entrevista o la generación de perfiles de personajes, también clarifica aquellas zonas grises, aquellos claroscuros que habitan en la cotidianidad de los seres humanos.

La función suprema de un periodismo de entrevista y perfil  es buscar lo absoluto, es decir, que el lector, el oyente, el que observa sea capaz de abarcar del modo más amplio posible al entrevistado en el menor tiempo o con la menor extensión de espacio posible. Las armas fundamentales para este proceso son varias, pero tienen que estar en función de aquellos cinco sentidos del periodismo, que mencionaba Ryszard Kapuscinski: estar, ver, oír, compartir, pensar.

El entrevistador debe ampliar la base de conocimientos del personaje entrevistado. Debe ser capaz de observar minuciosamente, a veces con obsesión, no para juzgar o manipular, sino para entender, para comprender. A veces, esas sutilezas forman también un análisis imborrable del tiempo, el contexto o las circunstancias no solo personales de quien es entrevistado, sino también de su entorno o su generación.

Como en el análisis de la historia, aquí también el periodista debe ser capaz de ver, de leer, de escuchar entrelíneas, de verificar cuál es el mensaje exacto que se da o se quiere dar a partir de alguna declaración.  Una persona usualmente es un secreto. La revelación se encuentra en aquellas aristas que no cuadran entre lo que se dice y lo que se ha visto.

Voltaire decía que a los humanos no nos enoja la naturaleza de las cosas, sino la mala voluntad. El periodista debe ser leal en la entrevista. Leal a sus convicciones y a su conocimiento, pero también a quien tiene enfrente. La buena fe, que parte de la claridad de la mente y del pensamiento, busca revelar, no humillar o maltratar. Usualmente el contexto y el tiempo son aquellos que ayudan a evaluar adecuadamente cuándo a alguien se le pasó la mano, cuando a alguien se le cruzaron los chicotes y se salió del cauce. Porque la dureza, la vehemencia o la pasión por encontrar la verdad no son sinónimos de insolencia, de maquiavelismo, de maldad.

Vuelvo a Kapuscinski y recuerdo que señalaba que los cínicos no servían para este oficio del periodismo. Una entrevista lineal, a modo de emboscada, puede ser fuego de artificio y puede hablar, bien o mal, del periodista, pero probablemente hable poco de la humanidad del personaje (salvo por algún exabrupto visualmente imborrable). Aquellas conversaciones donde el periodista es implacable pero también honesto, donde sabe hacer las preguntas, donde no se queda en lo superficial sino ingresa dentro de la mente del personaje y de ahí extrae la verdad, a veces sin que el entrevistado se percate, son las imborrables, son las que perduran, son las que mejor se conservan con el paso de los años.

Aquí se encuentra quizás lo más importante de las entrevistas y perfiles: su afán, su necesidad por revelar. Es decir la capacidad innata del periodista por buscar una verdad, la verdad. Veremos si el tiempo, juez implacable de todo, hablará bien de esa misión.