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Luego de haber trabajado por varias horas durante la noche y parte de la madrugada, un taxista decidió estacionar su auto en una zona aparentemente segura para descansar por un momento. Sin embargo, se quedó dormido y con las ventanas del carro, abiertas.

Cuando despertó, se dio con la sorpresa que su celular ya no estaba. Empezó a buscar entre los asientos sin lograrlo a encontrar. Concluyó entonces que alguien se lo había robado mientras se durmió.

De regreso a casa, su esposa le comentó que habían llamado a casa para decir que habían encontrado su celular y quedarían a la espera de una confirmación para su respectiva devolución, previo pago de una recompensa.

El taxista, no supo si enojarse o reírse. Lo ocurrido le pareció de película. Más aún porque su celular no era de última generación, sino porque en él lo más importante eran sus contactos y claramente el ladrón no le estaba pidiendo una recompensa por su celular, sino por la información que se aloja en él.

El celular tenía los números de teléfono de casi todos los clientes frecuentes del taxista, a quienes solía hacer traslados desde sus casas hasta el aeropuerto del Callao. Con lo cual, no le quedó otra opción que acceder al pago de una recompensa.

Es así que el taxista llamó desde el celular de su esposa a su propio celular para coordinar la entrega del mismo y el respectivo pago de la recompensa. La cantidad, 150 soles. El auténtico propietario podría ir al encuentro acompañado de un policía, pero no estaba seguro que un policía lo acompañaría, mucho menos en alguien le creyera que lo ocurrido era realmente cierto y no una broma.

Y aunque ya había acordado el pago de la recompensa y el punto de encuentro, no se sentía seguro de ir. Podría tratarse de una emboscada para robarle su herramienta de trabajo. Pidió entonces el acompañamiento de sus hermanos. Ir en grupo le resultaba más confiable que ir solo.

Al momento de llegar al lugar acordado, la puerta principal del Parque de la Amistad en Surco, lo esperó un niño quien personalmente se acercó a devolverle el celular y recibir el dinero. Lo raro es que con quien habló el taxista para las coordinaciones del caso, no era un niño. Cuanto menos no tenía la voz de uno.

El taxista sintió compasión del niño; vestía mal y tenía apariencia de ser usado por terceros. Tan solo le dio el dinero, recibió el celular y se despidió de él. En el camino el taxista y sus hermanos no podían salir del asombro, pagó como recompensa más de lo que el celular costaba en el mercado. Estaba entonces claro, que no se trataba de una banda de ladrones de celulares, sino de, ladrones de la información.