En el continente africano hay heridas sangrantes del tiempo como son las puertas de no retorno. Son esos rasguños que no cicatrizan ni con la corteza de la sangre de grado ni con una buena dosis de uña de gato. Una de ellas es la localidad de Ouidah, a una hora de Cotonou, en Benín. Hay como seis puertas de no retorno en el continente africano. De aquí salían los esclavos negros para América, principalmente a Brasil, Jamaica, Haití, Martinica entre otros territorios coloniales.  La primera visita en Ouidah fue al Museo de la ciudad que es un antiguo fuerte militar portugués, en ese fuerte estaban los esclavos traídos a la fuerza de sus comunidades en complicidad de la autoridad local – son esos lugares hediondos que crea la persona humana. El guía que nos explicaba esta desgarradora historia de la humanidad se llama Serge Rustica, tiene el apellido portugués porque sus ancestros hicieron el viaje a Salvador, Bahía y luego volvieron a Benín para contarlo. Ahora Serge quiere editar la historia y está en buscando financiamiento para publicar su libro, ojalá pueda hacerlo. Está en el mismo afán de Leonardo Tello en Nauta en querer mostrar los testimonios de sus ancestros de la época del caucho. Lo interesante de todo esta tarea de la memoria histórica viene desde abajo, de los desposeídos. Seguro estos testimonios darán un giro a lo que se ha contando hasta ahora en el caucho y el exilio forzoso en Benín. Luego del museo vamos a visitar las etapas del camino a la diáspora, el guía era un poco gruñón, refunfuñaba a cada rato. Los esclavistas blancos (también habían árabes como esclavistas) se aliaban con los reyes locales para sus fines como lo hacen ahora pero con variantes de ligeras coordenadas entre gobernantes corruptos y las empresas de los países ex coloniales. Y durante esta etapa a las personas de este exilio forzado los machacaban física y mentalmente. Había que doblegarles la moral y borrar todo referente simbólico y real de su memoria. Es como si quisieran vaciar lo que hubiera dentro de sus emociones. Y luego con ese desgarro partían hacia las Américas y eran puestos en barcos como si fueran sardinas, sólo sobrevivía el treinta por cierto de personas de esta diáspora. Cada paso por cada una de estos hitos te cuestionas como ser humano ¿cómo es posible que seamos tan bestias? Lo mismo me pasó en la isla de Goreé en Senegal, te turbas moralmente. La esclavitud se tradujo en la riqueza de unos (los del norte económico) y en la pobreza de otros (en este caso África), y en la elaboración de una serie de prejuicios contra la población negra que persisten hasta ahora. Cuando digo a personas de mi entorno en Perú que las primeras personas de la humanidad de acuerdo con los estudios de ADN salieron de África me miran con cierta sorna e incredulidad (como diciéndome, tú y tus estupideces), se resisten a creerlo y apelan a unas teorías migratorias de las más exóticas. Como parte de la memoria de la humanidad como seres humanos deberíamos hacer esta romería obligatoria por estas tierras donde las heridas están húmedas. África te cambia la mirada de observar el mundo.