Luego de varios días de lluvia Buenos Aires cambió de rostro, salió el sol así disfruté más de la ciudad, de sus parques, de sus empanadas de carne, del la sonoridad porteña que retrata con gramos de perfección lo que es esta ciudad. Te preguntan sí la ciudad se parece a París o Madrid, a mí me parece mucho a Buenos Aires, no tiene punto de comparación con las otras ciudades. En esos días de frío húmedo leía “El juguete rabioso” (se escribió en 1926) por Roberto Arlt (1900- 1942), es una gran estampa de la ciudad, de las personas marginales de la gran urbe, de la vicisitudes de sus personajes en el día a día. El mérito de Arlt es su prosa. No ha perdido el brillo desde entonces. Mientras caminaba imaginaba encontraba encontrarme con personajes pergeñados por él, que los hay. En esos paseos por la calle Corrientes donde abundan los teatros y publicidad sobre las obras que se exhiben me metí a la librería “Hernández”, otro gran descubrimiento a la que volví hasta horas antes de volver a Madrid. En esos paseos por la calle Montevideo, circunstancialmente, nos topamos con el Museo del Holocausto de Buenos Aires, hecho por los migrantes judíos en Argentina (judíos askenazí, preferentemente) que tiene un gran valor simbólico sobre la memoria – recordemos que Adolf Eichmann y otros nazis vivían en Argentina y en el caso de Eichmann fue de los ejecutores de la decisión final para la muerte de judíos, homosexuales y gitanos en los campos de concentración. Un país ilustrado (me tienta ponerle comillas y me freno al mismo tiempo) como Argentina albergaba a un criminal como él. Así como también a los torturadores de la Marina en la ex ESMA. Es un país, como todos, de grandes paradojas.

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