ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Email: vasquezj2@hotmail.com

¿Puede un amazónico sentirse más a gusto en un clima gélido que en un ambiente tropical? ¿Puede un selvático acostumbrarse a este cielo panza de burro antes que a uno de estrellas o completamente celeste con arco iris incluido? ¿Puede un loretano de la ribera profunda de la jungla moverse como pez en el agua entre charcos intermitentes de lo que se llama capital de la República? A juzgar por los variados ejemplos de ciudadanos que han migrado a las tres veces coronada villa sí se puede.

Con cierta y preocupante tardanza el invierno ha regresado a Lima y con él la disyuntiva coyuntural que brota en el pensamiento de vivir entre chalinas, pullovers y abrigos de todos los modelos. Claro, agosto siempre ha sido el mes más frío en la capital. Y, para los amazónicos, agosto es el del “frío de Santa Rosa” que llega a la floresta con vientos huracanados y tempestades que a su paso llevan techos dignos y no tan dignos. Agosto, pues, siempre estará relacionado con el frío. Sea en la Selva o en la Costa. En la Amazonía se prepara las chompas para cuatro días y nada más. La baja de temperatura es suficiente para desempolvar los abrigos que huelen a naftalina. No por viejos, se entiende, sino por guardados.

Y, ustedes lectores, se preguntarán por qué me atrevo a escribir sobre el frío cuando hay temas que podrían ser más interesantes en estos tiempos de “Lava jato”, de candidaturas prematuras, de muertes anunciadas, de autoridades con “cojones”, de muertos que cobran como si fueran turistas permanentes del erario nacional. Bueno, dicen, que los periodistas estamos preparados para escribir de cualquier cosa. Desde los banales hasta los trascendentales. Para eso hemos estudiado, se dice.

Pero el tema vino porque atrofiado con el terrible tránsito de Lima un paisano y colega me pregunta si me acostumbro a esta ciudad capital. Y mi respuesta automática ha sido que me puedo acostumbrar a todo. Absolutamente a todo en esta metrópoli. Hasta al frío terrible dañino para los huesos que por estos días padecemos por acá. Pero a lo que nunca me podré acostumbrar es al desorden del tránsito, a la tosquedad y miradas acusadoras de los pasajeros de todos los géneros que se trasladan en transporte público y privado. A ese bullicio interno y externo que está impregnado en los vehículos que aumentan más de la cuenta por la voracidad de los empresarios automotrices y porque nos han hecho creer a los peruanos que la propiedad de un auto se señal que avanzamos. Por eso prefiero el invierno aunque sea en tránsito antes que al tránsito vehicular y peatonal de esta ciudad. Y por eso se me ocurrieron unas palabras de frío y por el frío. Frialdad que, espero, no impregne mi alma y que no sea más que corporal.