Nos encontramos en el siglo XXI reflexionando sobre el futuro más o menos esperanzador de la escuela rural, es decir, el futuro de una institución educativa que “tiene como soporte el medio y la cultura rural, con una estructura pedagógico-didáctica basada en la heterogeneidad y multinivelaridad de grupos de distintas edades, capacidades, competencias curriculares y niveles de escolarización, y con una estructura organizativa y administrativa singular, adaptada a las características y necesidades inherentes al contexto donde se encuentra ubicada”. Una escuela que ve su futuro incierto, pues su viabilidad depende no sólo de la Administración Educativa, sino también de la conjunción de diferentes políticas, tales como las territoriales, laborales, poblacionales, económicas, etc.
Los centros de contexto rural se caracterizan por tener una organización propia, específica, para adaptarse a la singularidad e idiosincrasia de dicho medio y garantizar una enseñanza de calidad respetando la identidad de cada cual. De ahí que podamos apreciar diferentes estructuras organizativas en dicho entorno, como, por ejemplo, los colegios rurales agrupados, los centros incompletos y las escuelas unitarias. Obviamente, el número de alumnos y alumnas constituye una de las piezas claves a la hora de organizar dicha institución y decidir si mantenerla abierta o, por el contrario, cerrarla al no superar la ratio establecida por la Administración Educativa. El hecho de que el profesorado de estos centros esté expectante del número de alumnado matriculado y de los cambios que se pueden avecinar en el futuro parece el leitmotiv de sus preocupaciones. Surgen, además, discrepancias en torno a la conceptualización de rural en la actualidad, llegándose a dudar de la propia ‘existencia’ de tal ‘ruralidad’ en nuestro panorama socio-cultural del siglo XXI. En esta encrucijada, nos encontramos con una escuela para la que el calificativo de rural ha llegado incluso a suponer más un inconveniente que una solución efectiva a sus dificultades. Más allá de estos inconvenientes terminológicos, evidenciamos la necesidad de reivindicar un sentir y entender la educación desde las circunstancias particulares en las que se desarrolla su tarea docente.
La escuela rural dejará de existir sólo en el caso de que el mundo rural no tenga posibilidades de subsistencia. Afortunadamente, son muchas las medidas que se vienen adoptando para tratar de incentivar el desarrollo sostenible de este medio. En Andalucía, la agricultura sigue constituyendo un pilar importante para el desarrollo del sector agroalimentario, para el equilibrio territorial y la dinamización de las zonas rurales. Existe una apuesta decidida, al menos económicamente, por este medio a través de los diferentes proyectos promovidos por la Unión Europea y el Gobierno Español, como veremos más adelante. Desde nuestro punto de vista, cada vez con mayor frecuencia el medio rural está siendo un espacio de interés político. Desde hace unos años, los partidos políticos proponen una serie de mejoras para el medio rural en sus programas. La endémica situación de crisis del medio rural, acrecentada ahora por la crisis global en la que nos encontramos, sitúa al contexto rural en una posición de acuciante necesidad (de atención y mejora específicas), con especial énfasis en su escuela, con objeto de evitar su invisibilidad y, a la larga, su posible desaparición.