Por: Gerald Rodríguez. N
Publicada en 1971 En los extramuros del mundo de Enrique Verastegui, con tan solo 21 años, puso en movimiento un aullido urgente, una nueva forma de hacer poesía, renegando de Germán Belli, elogiando a Javier Heraud, los jóvenes del grupo literario Hora Zero (Jorge Pimentel Kenacort y Valium 10 – 1971; Un par de vueltas por la realidad de Ramírez Ruiz, de ese mismo año) protestaron desde las calles, desde los extramuros, desde los hospitales viejos y decaídos, la poesía que tuviera la otra voz, la otra carne, la voz callejera, esa voz que no se escuchaba entonces en la poesía, segmentando el arte para un grupo y para un salón de intelectuales, hasta que Hora Zero aparece para renovar ese circuito, generando un gran malestar en los entonces poetas vivos que veían lo que pasaba desde sus cátedras o desde el silencio, sin que salieran a responder al manifestó desde donde los acusaban.
Pero la poesía de Enrique Verastegui fue la más elogiada en ese entonces, pero uno se pregunta, ¿qué cosa era lo que tenía esa poesía que se atrevía a cuestionar la poesía de Antonio Cisneros, Marcos Martos, German Belli, entre otros? La poesía de Verastegui es una maquinaria, una maquinaria que aúlla, que se arrastra entre los desposeídos, lo cotidiano, que enarbola serafines callejeros y humanos, en la poesía de Verastegui la ciudad es un cementerio público, en este libro el poeta asume la voz de aquel que es invisible en la Lima hipócrita, en la Lima sucia donde la gente vive sin exasperarse, el poeta recoge con estética minuciosa los indescifrables destinos de los que andan por la ciudad sin que Dios se diera cuenta, de ellos, de los que también son poetas de la vida, de la calle, de la muerte, del infierno y la resurrección, todo esto significa en la poesía de Verastegui un alza, un encuentro o un freno para detenernos a mirar que Lima también es la Lima ocultada por el tiempo.
En poemas como Primer encuentro con Lezama, Datzibao, Si te quedas en mi país, Una cita con Sonja / En los extramuros del mundo, la poesía de Verastegui es una poesía confesional, que convierte la luna en una piedra pesada, una patada en el estómago después de que uno se queda pensando cómo es posible que la poesía nos sumerge en esa sopa que es el tiempo, obsesión, o alquimia; uno piensa en la vibración de la poesía, en el espacio o en el arcángel, en la poesía de Verastegui no hay pincelada de omnipotencia, la poesía tampoco recrea la pobre prosa humana, rechaza y confiesa el ritmo de un pensamiento, no de un loco o vagabundo, sino, ¿cómo es que la fantasmal Lima convierte a cada uno de sus visitantes en un abismo? Estremece Verastegui como un sanguinario, y nos hace comestible su poesía, degustamos aquella poesía que no es fealdad, pero tampoco una lata de basura. El arte en la poesía de Verastegui es una situación mental comprensible, es un congreso con uno mismo, y con sus confesiones amorosas sin espanto, esa poesía de maquinaria en un pecho, con ojos y pies, es la poesía que hasta en ese momento no se hizo sentir sin medida.
En mi país la poesía ladra/suda orina tiene sucias las axilas. /La poesía frecuenta los burdeles/ escribe cantos silba danza mientras se mira/ociosamente en la toilette/ y ha conocido el sabor dulzón del amor.