Como me cuesta arrancar. Otra vez de vuelta a Madrid a la rutina que ordena el caos que es la vida misma. No puedo creer que esté otra vez pisando otra vez estas calles donde debo hacer mil regates para no pisar excretas de perros – en Montevideo hay perros y dueños pero no he visto las perlas de los mascotas las calles como por aquí, es que los nativos de esta ciudad parecen sucios o entienden la limpieza de otra manera (en el fondo no es querer a la ciudad como los ciclistas que invaden a todo pedal las aceras de los transeúntes), que pena por la ciudad que en el fondo es la mía. Enciendo el televisor y el debate político parece estancado, congelado, siguen en las mismas batallas. Qué triste. Es un debate que se cosifica y produce abotargamiento. Dan ganas de salir corriendo.  En lo deportivo siguen en lo mismo sí el memo de Piqué dijo tal o cual cosa – en la distancia haciendo zapping miré la televisión vasca donde la selección española de fútbol no aparece ¿tan dañino es el fútbol para esos nacionalismos? Es el pensamiento de la tribu y reduccionista que todo lo puede contaminar. Es negar el mundo y luego hablan de pensamientos totalitarios, el nacionalismo es uno de ellos. Es el nacionalismo histérico y castrador como el nacionalismo españolista. Y en el ámbito europeo, cada vez más difuso por su falta de creatividad, siguen encallados en un eurocentrismo que mete miedo más cuando escuchas fanfarronadas en relación a los atentados de Bruselas. Es pensar desde el ombligo y para el ombligo (hay que amurallar Europa, el pacto con Turquía lesiona derechos fundamentales). Hay que apretar los dientes cuando escuchas decir que el fundamentalismo islámico es contra la libertad, ¿la libertad de qué? (¿el fundamentalismo de la libertad económica y la política de recortes que es?) Todo está revuelto y lo grave es que cada vez ganan las posiciones extremas.