Un gran contrapeso de lo que cuenta el poder es la literatura, la escritura. Es un trabajo de ir contra la memoria que se quiere imponer. Seguramente, no es un trabajo fácil en el palustre. Está lleno de incomprensiones, vacíos, codazos y zancadillas. Una señal de esa narrativa del poder es cuando en ciertos sectores de la población, interesadamente, digan —teniendo gran repercusión y apego fácil, que Isla Grande es Isla Bonita. Hubiera que preguntarles ¿Es una Isla Bonita con monumentales señales de desigualdad y pobreza que los dirigentes políticos ignoran?, ¿Esas palabras son un bálsamo ante la brutal realidad de la que vivimos?, ¿Acaso es para adormecernos y apaciguar o mermar nuestra indignación? Cualquier observador, propio y ajeno, sabe que no es una Isla Bonita, es una isla, sí, pero no bonita. Si nos dejamos llevar por las estadísticas comparativas salimos perdiendo. Es por eso que debemos estar atentos a esas palabras que buscan aletargarnos, son parte de un relato mayor. No es la mejor manera para construir un relato por la emancipación, por la igualdad, a favor del bosque, a sus integrantes ancestrales y a los que llegamos después. Otras palabras manidas, entre las muchas, es cuando señalan que Belén es la Venecia de los trópicos. Son comparaciones y nominaciones que no nos ayudan, tratan de resignarnos, que agachemos la cabeza. Quien lo dijo no ha estado en el día a día de Belén ni tampoco en el de Venecia. Ambas apelaciones y comparaciones a la Isla Bonita o Venecia, son parte de esa narrativa que tratan de imponer desde el poder a favor del descepe de la floresta, de la escritura que se complace en contar historias inanes de fantasmas y brujos. Estamos avisados, dudemos de las palabras recargadas y deshuesadas.

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