El relato hegemónico sobre el progreso de la Amazonía a través del descepe del bosque y de la población bosquesina, para usar un concepto de Jorge Gasché, contribuyó a la poca empatía con la maraña y con los bosquesinos originarios. Los amazónicos y amazónicas somos pocos sensibles a la defensa del bosque y a los que viven en él; los conceptos de ecología, ecofeminismo, por ejemplo, nos producen alergia y nos dan un repelús morrocotudo. Es un relato duro (y facilón) el del descepe del bosque, que ha impregnado como el teflón en los sartenes en la mente de los amazónicos y amazónicas. Es por eso, muy interesante reflexionar cómo el poder intenta contar la realidad, que nos decía Piglia. El poder no se aplica a machamartillo, necesita con urgencia de un relato. La tarea a emprender es hurgar la escritura en el palustre, seguro que nos traerá más de una sorpresa. A modo de ejemplo de esta narrativa, en los años noventa, con Fujimori en el ejercicio del poder, el relato que trataba de imponerse era la aplicación de las políticas de shock (Mario Vargas Llosa como candidato contribuyó, exponencialmente, a esa manera de contar) y la mano dura contra el terrorismo, que eran sus principales ejes de su discurso que salvarían al país. La aplicación de las políticas de ajustes lo sufrió la población peruana que significó el “adelgazamiento” del Estado, que en el fondo era menos recursos en Educación y Salud, desgraciadamente, fortaleciendo a construir un país más desigual. En el plano de la mano dura, que era contra el terrorismo, se tradujo en: jueces sin rostro, el intento de retiro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, siendo los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos, su máxima expresión del relato de la mano dura. Esa era la narrativa que se trató de imponer desde el poder. Los crímenes de La Cantuta y de Barrios Altos fueron el resultado de esa poderosa (populista y desgraciada) narrativa de la mano dura, pero felizmente, ese discurso tuvo un relato contrahegemónico de parte de las víctimas, de la Iglesia, de las instituciones de derechos humanos, entre otros, que se opusieron a ese relato de la muerte y donde la ley era residual. Es por eso, siempre preguntarse sobre la narrativa desde el poder, más en los tiempos convulsos de hoy. En el caso amazónico, la narrativa cauchera todavía, infelizmente, sigue vigente.

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