[ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel].
Amanezco y me siento medio perdido en Manaus. Es lunes. Ni sé qué hora es acá ni me interesa qué hora es en Perú. El hotel seleccionado por booking no es el mejor. Ni el peor. Pero no me agrada. Tiene una cama-camarote y, por delicadeza, cometo el error de cederle al poeta Percy Vílchez la cama de abajo y tengo que subir en una escalera precaria hasta el segundo piso. Ya en el aeropuerto de Panamá me disloqué nuevamente algo del tobillo y el dolor es intenso. Pero aquí estamos, en la mañana de Manaus, frente al ordenador y se me ocurre usar las redes sociales para pedir auxilio. Acude a mi llamado un tipo fraterno, no solamente por su formación aprista sino porque la vida le ha enseñado a serlo. Suena el teléfono fijo de mi habitación y la frase me conmueve: “Jaimito en 30 minutos estoy en tu hotel”. Llega antes.
Minutos antes de la llegada de este paisano Percy Vílchez se erró. No estaba por ninguna parte. Sin entender el idioma, sin un real en el bolsillo y con la incertidumbre en la espalda lancé el SOS. Son los ampays escondidos que uno agradece porque de otra forma no hubiera visto a este paisano que cambio el guá por el dí, como si ambos no fueran monosílabos de un territorio unido por el calor y el color.
El comedor universitario nos unía. Él como estudiante y este articulista como periodista que hacía sus pinitos en la redacción de ese semanario que sigue publicándose pero que hace tiempo dejó de ser. Digan lo que digan, hablen lo que hablen, blasfemen lo que quieran pero debo confesarlo: me emocioné como un infante al verlo bajar del auto y con su tremenda humanidad alzar los brazos y saludarme. Con cinco décadas encima todavía uno puede sonrojarse. Y eso sucedió.
Se graduó como agrónomo, se matriculó en Administración y a la primera oportunidad emigró al Estado de Amazonas con una beca en los dedos y unas ganas enormes de volver cuando las cosas mejoraran. Luego del año en los estudios, regresó a Iquitos y volvió a emigrar porque ya no estaba para las ligas menores. Llegó por primera vez a Manaus porque en Iquitos sus compañeros temían darle empleo porque ayudándole se perjudicaban. “te quiero ayudar, amigo, pero si te contrato nos botan a los dos”, le decían. Y él, comprensible como siempre, los comprendía. De las debilidades se forman las fortalezas, si se cierran mil puertas basta que una se abra para que los capaces triunfen, pienso desde el asiento trasero y él me mira por el espejo.
Es el primer peruano con el que conversó en Manaus. Es mi amigo elegido o, tal vez, perdido. “Esto es el Masusa de Manaus, Jaimito, salvando las diferencias, a otra escala”. Hemos llegado al puerto. Navegamos en deslizador, tomamos unas cervezas y saboreamos y devoramos una media gamitana con faroja y harta charla. De las elecciones, del flaco Meléndez, del ARE, de IDEA, de los rectores, de los patrones, de los que piensan en volver, de todos. Y, tú, amigo piensas en volver, le suelto la pregunta y me responde con una frase demoledora: entre la nostalgia por la tierra, porque yo me siento un loretano más, y la estabilidad económica de la familia qué decides, Jaimito, no sabes cada año nuevo o Navidad uno quiere estar en las calles de Iquitos, comer el helado de aguaje de la esquina de Brasil con Próspero o comer en la Ramírez Hurtado. Yo le entiendo como le entendí en la década del 90 cuando en los primeros números de Pro & Contra una chica de la izquierda irresponsable con la que vagabundeaba por esos años me decía que le gustaba ese moreno alto, combativo y reflexivo pero que estaba enamorada de un chato impulsivo, testarudo y explosivo con el que no llegaría a ninguna parte. Por eso, en estas calles de Manaus me siento tan a gusto porque el primer hispanohablante que se me cruza en el camino es un aprista, piurano y emprendedor que tiene el nombre de Jorge Gallardo Ordinola, con quien recordamos el comedor universitario cuando ambos no teníamos qué comer pero que esa condición nos sirvió de alimento para lo que hoy día -él, más que este periodista- somos o, decimos ser.
Después de mucha lunas, algo interesante que leer…. Jorge Gallardo Ordinola es un grande, no solo por su tamaño, sino por su calidad de persona…. es la única persona que no se le puede juzgar su condición de aprista o en todo caso, presumo, que en todo partido político existe gente buena, como él…. Un abrazo a la distancia Jorge… sos un maestro…
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