No hay día en que no se grite. Puede ser que hayas escuchado el grito del vecino o vecina y te quedas asustado por los decibelios usados, yo tengo la teoría quien habla fuerte es que no se escucha así mismo y tampoco a los demás. En estos días en el debate público lo que más prima es el vocerío, la algazara, de unos y otros. De grupos, de tribus, de argollas, de cuadrillas. Insultos, monsergas embelecas recorren las redacciones, se muestra la esgrima verbal de la mala, no haya quien ponga orden porque se ignoran unos y otros. Nadie se escucha ni los que hablan en voz alta. Las bravatas es el plato del día. Se ha perdido el norte, la brújula, el mapa. No hay debate posible en este contexto agrio y áspero. Hay sordera metafísica. He terminado apagando el televisor o suelo ver reportajes de la fauna animal porque nos parecemos mucho a ellos en estas situaciones. Suelo repasar por internet solo los titulares de los diarios pero detenerse a leer el contenido de la noticia es toda una proeza, destila bilis que empapa la buena predisposición de leerla. La sensatez es contumaz en estos predios. Todos se llevan las manos a la cabeza y, seguidamente, gruñen, escupen, dan patadas. La razón se ha ido de vacaciones por un tiempo. Se nota la falta de frescura. A quien clama por el diálogo le caen injurias del peor calibre. Nadie puede discrepar. Disentir. Inmediatamente recibes una alabarda envenenada que te deja sin ganas de responder o te apedrean por internet. Hay tan mal ambiente que la gente del común ha huido de lo que se dice en los medios de comunicación. Se está llegando a un punto de saturación. Dice mucho que apenas empezado un debate este rápidamente se polariza, es un prístino indicador de la falta de diálogo, de reconocer al otro o la otra persona. Estamos inflamados de tanta desmesura. No hay respeto a la idea diferente. Estás conmigo o contra mí. Que nos saquen de este bucle absurdo y altamente tóxico. Por favor, un minuto de silencio.
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