Escribe: Jorge Martín Carrillo Rojas

El próximo martes se celebra el día del periodista peruano.

Una fecha esperada por muchos y satanizada por otros.

Una celebración esperada, sobre todo por aquellos que se han mal acostumbrado -y me incluyo, y retrocedo algunos años atrás- a que las entidades públicas y privadas nos agasajen con bombos y platillos.

Los años me han permitido dejar de asistir a aquellos agasajos en los que nos dicen que: “somos los mejores”, “indispensables” y hasta “la última Coca Cola en el desierto”, reconocimientos que quedan de lado cuando, pasado los homenajes, buscamos recabar información en aquellas entidades públicas y privadas cuyo representantes decían que éramos los mejores y que terminan dándonos portazos y diciéndonos NO, cuando se trata de brindar información que muchas veces les resulta incómoda.

Pese a ello, algunos terminamos desmemoriados, olvidando constantes cierra puertas y nos dejamos agasajar por quienes forman parte de las instituciones que huyen o niegan información a los periodistas.

Más allá de que, y no lo voy a negar, nos gusta celebrar nuestro día con una junta de dinero entre nosotros, el día del periodista peruano debería servir siempre para la reflexión y la autocrítica. Para el debate si quienes deben ejercerla necesariamente deben haber pasado por una casa superior de estudios o si sigue siendo el oficio, en el que muchos aún nos mantenemos, pese a que a veces mal paga y del que muchos han hecho el más vil de los oficios que, justamente son aquellos que han sido alimentados por candidatos y autoridades que luego no saben cómo zafarse de ellos.

A días del 1 de octubre viene a la memoria mi incursión en el fascinante mundo de la prensa escrita, invitación hecha por Jaime Antonio Vásquez Valcárcel, director de este diario, reconocido por unos y detestado por muchos, pero de quien aprendí junto a otros grandes periodistas iquiteños como Benito Vela, Luis Enrique Luna Paredes y otros de los noventa, a apasionarme por el periodismo escrito y sus demás facetas.

Feliz día a los colegas, sobre todo a aquellos que siguen haciendo calle y a los demás. Y que nunca termine de imponerse una atractiva publicidad por un vergonzoso silencio.

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