* Nuevamente editorial amazónica apuesta por los jóvenes dedicados a la literatura.
“Ashishita”, es el título del libro del joven escritor Alejandro Vásquez Trigozo que también es director teatral y participó con un cuento en el libro “La ciudad son tus arterias” que tuvo como compilador a Paco Bardales. “Ashishita”, además fue llevada al teatro y fue estrenada hace poco en el auditorio del colegio San Agustín.
Les presentamos una parte del libro.
La historia antes de la historia
Hace mucho, mucho tiempo atrás, existían dos mundos muy distintos: el mundo de los Seres Humanos y el mundo fantástico de los Seres Ancestrales.
A pesar de sus diferencias, ambos mundos compartían armónicamente las tierras amazónicas y disfrutaban de los recursos naturales ilimitados otorgados por la Madre Naturaleza, creadora suprema de todo lo existente.
Por siglos y siglos, la convivencia fue pacífica, comunitaria, solidaria. Humanos y Seres Ancestrales procuraban ayudarse mutuamente.
Esa armonía, sin embargo, no duró para siempre. Un día, cierto cazador humano se apoderó de la tierra que pertenecía a una familia ancestral. Allí mismo, el cazador empezó a armar su casa, delimitar sus chacras, llenarlo con objetos y bienes materiales, sin ningún permiso ni diálogo previos.
Los demás hombres y mujeres siguieron el mal ejemplo; llenos de codicia y egoísmo, se apropiaron violentamente de los árboles, los animales, los ríos, los cielos, dejando de lado a los Seres Ancestrales, apartándolos del vasto bosque.
Los Seres Ancestrales respondieron con ira. Se volvieron más hostiles y retraídos, alimentaron de rencor sus almas; ahuyentaron a los humanos que osaban acercarse a sus dominios, mostrándoles sus rostros más feos y sus cuerpos más deformes.
Ambos mundos se vieron de pronto enfrentados por el dominio de la selva. Se libraron batallas interminables, en donde vidas inocentes se perdieron. Para evitar la destrucción total, la Madre Naturaleza creó un muro invisible, que separaba ambos bandos. Por un lado, estuvieron los Seres Humanos. Por el otro, los Seres Ancestrales. En medio de esa barrera creció el Gran Árbol de Lupuna, último símbolo de lo que en algún momento fue una sola Amazonía. Esta zona fronteriza tuvo una nueva denominación: El Bosque de las Leyendas, lugar mágico, oculto en medio de los árboles.
Si alguien osaba transponer los límites sin permiso, un encantamiento de la Madre Naturaleza transformaría a cada criatura en algo opuesto a su esencia física. La Madre Naturaleza advirtió que el encantamiento sucedería solo con la condición de que el ser encantado pudiese tener una mejor existencia emocional y espiritualmente que en su anterior condición.
Ambos bandos juraron jamás cruzar los territorios que se les había asignado; procuraron no verse nunca más. El odio y el resentimiento reinaron en sus corazones. Nunca en la historia, Seres Humanos y Seres Ancestrales se habían parecido tanto en rencor y testarudez.
Por cientos de años, hubo silencio y vacío en El Bosque de las Leyendas, hasta que una noche, de repente, un canto, que más que canto parecía llanto, retumbó.
¡Ayay-mamá! ¿Dónde estás, mamá?
Era el llanto de una niña que, desesperada, llamaba a su madre, con la esperanza de reencontrarse con ella al amanecer. Era un lamento nostálgico, anhelante. Así sucedió por muchos días y noches, pero al salir el sol, nada sucedía y el dolor seguía presente.
La Madre Naturaleza escuchó aquella prédica, vio dentro del corazón de la niña perdida y se conmovió, pues descubrió que había sido abandonada por su progenitora humana, quien se la entregó al bosque en un arranque de desesperación y locura.
La Madre Naturaleza intervino para calmar aquel candoroso dolor. La niña perdida fue transformada en la ayaymama; un ser mitad ave, mitad humana, capaz de volar por encima de los árboles y traspasar las fronteras del Bosque de las Leyendas. Un ser particular que pertenecía a ambos mundos y al mismo tiempo a ninguno.
Lo más sorprendente de aquella pequeña ayaymama era su canto.
Un canto que luego se volvió su nombre.
Un canto que pronto se convirtió en su destino.
La Madre Naturaleza estaba segura de que los Seres Humanos iban a tener muchos problemas con aceptar a la pequeña, porque para ellos todo lo diferente siempre resulta extraño, peligroso, de mala suerte. La Madre Naturaleza decidió, entonces, que el Señor Urcututu, gran sabio y conocedor de los misterios ancestrales, fuese su protector y tutor.
El Señor Urcututu acogió a la ayaymama con mucha bondad y afecto. Al verla por primera vez, le dijo que debía tener un nombre. Viendo su pequeña estatura y su rostro curioso, decidió inmediatamente.
-Te llamarás Ashishita.