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ESCRIBE: Darwin Arévalo
Sentado en el frío pasillo de la unidad de Obstetricia estoy con los jeans sucios. No hay muchas bancas para sentarse. Las pocas que hay ya están ocupadas. Improvisadas camas y gente adormilada espera que alguna enfermera mencione su apellido y decir: Ya nació. Este pasadizo está lleno, hoy nacerán muchos bebes.
Casi un año atrás me encontraba en este mismo lugar, rogando a Dios, al universo, a la vida, que salvaran la vida de Kori Amira. No fue así. Sin embargo hoy por cosas de la vida y decisiones nuestras me encuentro nuevamente (junto a Fiorella) aquí, rogando por la vida de Darla Fernanda.
No hay duda que la vida es difícil y son pocos los seres humanos que pueden o, en todo caso, logran soportar tanta furia de la vida, tanta dura y puta prueba que nos pone.
Luego que la valiente Fiore da a luz a Darla -que por cierto para sus siete meses es toda una robusta bebé, es rosadita, tiene pelo negro, sus labios son bien formados al igual que su nariz, va ser alta, sus piernas son largas al igual que sus manos- mataría a quien sea tan solo por sentirla en mis brazos y no verla a través del vidrio de la incubadora.
Ahí se encuentra ella ahora, hace un rato fui a verla, abrió los ojos, me vio, le canté algo y volvió a cerrar los ojos, su pecho es agitado, me preocupa, la amable enfermera me dice que es normal, le pido perdón, me siento culpable. Lloro por dentro, de impotencia. Regreso a la cama seis de Hospitalización de Obstetricia y doy un beso en la frente a mi mujer. Me muestro fuerte cuando en realidad estoy quebrado.
Cuando se trata de hijos simplemente nos desconocemos, somos capaces de hacer cualquier cosa y, en verdad, el llanto de los bebés que escucho en este pasillo donde estoy sentado son música para mis oídos, quisiera poder calmar el llanto de Darla si es que llora, mecerla en mis brazos y cantarle algo, y que ella me escuche y me mire y yo me enamore más cada segundo de su frágil cuerpo.
Acaba de salir un bebé, es varón y el papá carga su maletín de color verde que tiene un bordado grande que dice «BABY» pero lo hace solo un segundo, la enfermera le lleva a un lugar aislado, un anciano -aparentemente su padre- lo abraza y él, mayor que yo, unos treinta años por ahí rompe en llanto mudo. Es feliz.
Hay mucha actividad. Una enfermera se cruza con una obstetra. Una de ellas pregunta: ¿Cómo está tu emergencia? A lo que ella responde: Feísimo. Pienso que podía ser peor, que tener a una hija en un estado de incertidumbre, sé que la fe es el último elemento que nos queda a personas como yo, cuando nos encontramos en situaciones de esta naturaleza.
Qué fácil es decir: ‘Todo va estar bien’, recepcionarlo es difícil, paro la escritura y me sumerjo en una oración mental, pienso con todas las fuerzas, quiero, espero sentir corrientes de energía en mi cabeza, nunca los sentí pero hoy, en este momento, quiero sentirlo, no sé si existen, pero para mí sería un alivio, quizá esté funcionando.
Los libros son instrumentos que me trasladan a otro mundo, cuando quiero escapar de algo leo y desaparezco. La genial historia de La Niña del Azúcar está a mi lado, la ojeo y sé que más luego me comeré una decena de páginas más, hoy solo quiero sufrir, sentir el dolor, hacerme daño mentalmente, solo yo, en el silencio del pasillo, con los jeans sucios, que huelen a medicina y sudor. Pienso en Jesús Adriano, allá en nuestro hogar extrañándonos y preguntando a su abuela o a su nana, a qué hora regresamos a casa. Me duele, tengo dolor en el pecho.
1:30 a.m. me levanto, recojo el libro y el lapicero, entro a la sala, veo a Fio y le digo que iré a buscar un rincón donde acostarme sin que ningún guachimán friegue o si tengo suerte encuentre una banca solita para mí y poder al menos intentar dormir.
Salgo de la sala, hay frio en el ambiente, ha empezado a llover, no traje chompa, no tendré almohada, camino hacia hospitalización de cirugía y encuentro una banca, bingo! Me acomodo, me saco las zapatillas, dejo el libro a un costado, guardo el lapicero en mi bolsillo, la brisa es más fuerte, se siente bien, hasta hace un momento todo quemaba.
En la oscuridad de esta unidad todo es silencio, uno que otro jadeo de algún paciente que sufre dolor de algo, la luz del teléfono me empaña los ojos, solo quiero cerrarlos, tengo horas de sueño en tres días, se siente la pegada, veo a lo lejos la puerta de UCI Neonatología, veo a Kori y veo a Darla, me pregunto por qué. Elevo un pedido y a quien quiera que me escuche solo quiero regresar con Fernanda y Fiorella a casa, que Jesús Adriano conozca a su hermana menor, a quien tendrá que proteger de cualquier mequetrefe, a quien enseñará a hacer travesuras, con quien peleará por el control de la tv, con quien llorará cuando sean castigados.
Pienso en mis hijos, pienso en Fiorella, me siento culpable, la lluvia cae con más fuerza y el viento es más frío. Un suspiro con una lágrima es lo último que sale de mí antes de dormirme de puro cansancio. Me acomodo como puedo, guardo el teléfono.
2:05 a.m.
Darwin, sé que en momentos como éste, es difícil encontrar las palabras precisas para calmar la angustia tuya y la de Fio. También soy mamá y lo único q deseo es que todo esté bien con la bebé. Un abrazo enorme pato. Mucho cariño para Fio.
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