Sobre el matrimonio gay

 Por: Moisés Panduro Coral

 Es una realidad innegable. Existe un sector de la población que tiene una opción sexual discordante con la naturaleza de quienes sostenemos firmemente que este es un mundo creado para el hombre en su versión masculina y femenina. Varón y mujer, los creó, dice la Biblia refiriéndose a la grandiosa obra del Todopoderoso que es el cuerpo humano, sus órganos y sus hormonas, su bioquímica y sus genes, sus apegos y aversiones. La realidad era diferente hasta hace unas cuatro décadas atrás. Recuerdo que en mi pueblo, la conversación del día durante gran tiempo fue la aparición de un personaje extraño, muy extraño, peculiar, extraordinario. Se hacía llamar “Rosita Acosta”, sus pasos eran típicos de una dama, caminaba con tacos, vestía pantalón y blusa, llevaba una pulsera en la mano, un collar plomo con un crucifijo que le besaba el corazón, un bolsón en el hombro y un pañuelón floreado rojo que ordenaba su mediana cabellera.

Más que de burla, el personaje era objeto de curiosidad. Una tarde vi que un montón de muchachos le seguían sin acercarse demasiado. Le miraban acuciosamente, hablaban entre sí: es varón, pero está vestido de mujer, trataban de explicarse esa contradicción sexual en un solo cuerpo, ese puñetazo contra la normalidad de la cuestión de género que habían aprendido en la familia, en el colegio y en la iglesia. Abruptamente se les venía abajo el paradigma sexual absoluto que hasta entonces tenían afirmado en su cuerpo y en su alma. ¿Cómo era posible eso?. Al día siguiente, en la clase de biología, la profesora se sometió al copioso interrogatorio del cuarto de secundaria de un colegio de varones. Ella nos habló de la inhibición de una hormona sexual por la otra, del hermafroditismo y de otras nociones biológicas intentando que entendamos la naturaleza de “Rosita Acosta”. Igual, no comprendíamos gran cosa de todas las explicaciones, nuestro diseño mental lo impedía y los muchachos volvían a la carga: ¿es varón o es mujer?, ¿cómo se explica su comportamiento?, ¿puede tener hijos?, ¿pero si no tiene la matriz uterina que vimos en la lámina?, ¿sin óvulos?, ¡imposible!, repetía mi compañero de carpeta, ¿lactará su hijo?, ¿tendrá esposo o esposa?.

Otro día, una noticia nos sobrecogió. En la formación del colegio, alguien señaló que había visto a “Rosita Acosta” en el puerto y que los que le cargaban decían que le llevaban de vuelta a su pueblo. ¿De donde era?. Nadie lo sabía. El informante dijo algo más: “Rosita Acosta” tenía los ojos fijos, semicerrados, mirando al cielo; estaba echado en un tabladillo que fue acomodado cuidadosamente en el angosto bote, le cubrieron todo el cuerpo con una frazada, y a un costado iba un baúl de madera con sus pertenencias, no llevaba ni el bolsón negro, ni la pulsera ni el collar de sus andares. Había perdido la vida la noche anterior, según supimos después, víctima de robo y de violación masiva de los conscriptos que, como era costumbre en la leva, fueron liberados para cometer fechorías un día antes de su partida al Ejército.

No he tenido, ni tengo nada contra los homosexuales. Tengo amigos que lo son, me precio de su amistad y les tengo un gran afecto. No soy nadie para juzgarlos, como lo reconoció el Papa Francisco I. Un gran número de ellos realizan marchas para celebrar sus fechas, lucen sus orgullos besándose frente a las iglesias; desfilan con pintas multicolores y con atuendos que les encantan, aunque a los heterosexuales, esas pintas y atuendos nos parezcan desagradables; van a los medios a denunciar la discriminación y la marginación que dicen lo sufren de una sociedad que se niega a la modernidad. Otro gran número son gente culta, artistas, políticos, intelectuales, futbolistas, militares que seguro disfrutan su homosexualidad en la profundidad y en el silencio de su ser, pues son reacios a figurar, ajenos a los escándalos mediáticos y distantes de la vocinglería característica de algunos colectivos que les congregan.

Soy heterosexual declarado, convicto y confeso. Sin embargo, mi naturaleza heterosexual no me da derecho, por sí mismo, a rechazar o a recusar a quienes son homosexuales. Tengo claro, sí, que su lucha no es contra el recorte de sus derechos, la marginación o la discriminación, pues hasta hoy no he escuchado cuáles son exactamente esos derechos que según sus denuncias los han recortado: al trabajo, no; a estudiar, no; al patrimonio, no; a tener una pareja, no. A mi modo de ver, su lucha, es en realidad  una pugna por nuevos derechos: la unión matrimonial y la adopción de hijos. Aquí está el quid del asunto, porque no todos estamos de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo comúnmente llamado “matrimonio gay”, ni con la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales.

Las razones para oponernos a estos nuevos derechos son abundantes. Van desde lo biológico-naturaleza humana, pasando por lo psicológico-emocional y lo estructural social- familiar, hasta lo filosófico- existencial. Yo deseo que ellos se complazcan en su opción sexual sin afectar los intereses y las costumbres de quienes no lo son, que tengan derecho a compartir con sus parejas ganancias, patrimonios y herencias, eso está bien y habrá que legislar. No obstante, del reconocimiento legal de esos derechos al corrompimiento de una institución jurídica sustentada en el mandato divino y/o en la naturaleza prístina de la especie humana (creced y multiplicaos) hay una brecha insalvable. Por eso, tiene que quedar explícitamente definida la figura de la “unión civil” que consigna el proyecto del congresista Bruce para que no existan mal interpretaciones o “interpretaciones auténticas” que colisionen con los derechos de los heterosexuales y de la sociedad en general.

Espero que mi posición no sea estigmatizada. En determinados círculos gay, -escasos felizmente-, existe la costumbre y la mentalidad talibana de tachar de “intolerante”, “homofóbico”, “discriminador” u otros adjetivos a quienes no opinamos igual que ellos. En mi caso, soy sólo un heterosexual que también tiene derechos y que es reticente opositor a que se fuercen los parámetros originales de convivencia y existencia de la especie humana.

2 COMENTARIOS

  1. Podrás decir lo que quieras y adonarlo como quieras. Tu opinión es muy homofobica y te aclaro que no pertenezco a ningun circulo gay. Soy heterosexual pero se reconocer cuando el ordenamiento legal y jurídico fallan. Entre dos personas adultas que estan juntas con consentimiento válido nadie tiene porque meterse y merecen absolutamente todos los derechos y protecciones que los demás. El matrimonio es uno de esos derechos y la supremacia heterosexual amparandose en tontenrias biblicas no tiene porque oponerse ya que estao ni le quita derechos ni le afecta su vida familiar. Estos paises tercer mundistas tiene que aprender que la iglesia y el estado estan separados y los preceptos religiosos no se mezclan con las leyes.

  2. Totalmente de acuerdo con la posición de Moisés. Queda claro, no hay duda, de que la «unión gay» esa una aberración, un despropósitode ciertos sectores de la sociedad. La homosexualidd debe tener su propio terreno, espacio, su círculo, no ir más allá, no es un ejemplo para nadie. Dios creó varón y mujer. Para que más?

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