Ustedes lectores y lectoras pueden imaginar a un presidente de gobierno de un país normal, quiero decir con decencia y sentido común, mandándole un wapsap a un presunto corrupto diciéndole, “sé fuerte”. Inmediatamente esa persona hubiera puesto su puesto a disposición, el mensaje ha sido una alabarda a la ejemplaridad pública. Para desgracia de la política ese presidente de gobierno sigue en el cargo como si no hubiera pasado nada y muy ufano de sus credenciales sobre la transparencia y buen gobierno. Una investigación judicial luego de muchos años llega a la conclusión que el partido que gobierna un país se ha financiado con dinero irregular (dinero negro y de chanchullos), en cualquier país como dios manda, como dice un político español con un poso de filosofía, ese partido hubiera entrado en crisis y como mínimo renunciarían los cargos que fueron elegidos porque sus campañas electorales estaban bañadas de hez. Pero no, no pasa nada al menos en ese país. Unos meses más tarde el electorado, a ese cuestionado partido, le dio una mayoría en votación y siguen con la idea de salvar a ese país estimulando el trabajo precario. Otro día en ese mismo país, a ratos se inunda de ramalazos de realismo mágico pero trágico- cómico, se despierta con la noticia que han detenido al número dos del partido que gobierna en una región, es que este había tramado una red de corrupción y tenía cuentas en Suiza con millones de euros sin justificar. Y al partido de la corrupción el electorado le sigue votando. Un ministro del gobierno recibe a un presunto delincuente (para el partido que gobierna ese país él es uno de los autores del milagro económico y fue exministro por el partido conservador) porque este pidió ayuda por unos tuits ofensivos contra él. Lo recibe en su despacho tan pancho y no pasa nada. Es una burla al sentido común y la decencia que debería haber en política. Muy pocos se indignan. Para muchos estos es la moneda del día. Ese es un pueblo en que la corrupción está en el ADN de mucha de la gente que no muestra su repulsa por nada. Es el peso del duro legado dictatorial que volvió gris y resignado a ese país.