Siglo educativo
Escribe: Werlinger Montes Panduro
Los temas educativos no atraen a nadie, mucho menos a los políticos, ni qué decir de las autoridades. Muere en una debacle irrefrenable. Todos somos culpables. Cada quien tiene su cuota endosada o empeñada en esta realidad. Sí, somos últimos en todo, y en educación. Padres, amigos, párrocos, políticos, autoridades, estudiantes, escuelas, ministerio, universidades, catedráticos contribuyen de una u otra manera (directa e indirectamente) en este tedio pedagógico. Las principales instituciones del Estado pauperizan el Sistema Educativo; los medios de comunicación se aventuran a enterrar la educación gratuita y pública, a satanizar a los docentes y a marginarlos profesionalmente. Echarle la culpa al maestro de todos los males no es una teoría sustentable, no es del todo cierto.
Hacer educación pública en este país no es nada fácil. Debemos nadar por la orilla que baja la corriente, entre agua y lodo que dejan los cerdos planificadores e implementadores del sistema (3.5 % del PBI) y arribar a la otra orilla con una bandera de abnegación y discipulado. Debemos amarrar, engrillar y encerrar a todos esos “fantasmas” que han sido seleccionados para elaborar, organizar el plan intangible de la educación, que además cobran por no trabajar. Necesitamos extirpar esta razón: población que no estudia, sociedad que no progresa; por tanto, pobreza. La pobreza y la miseria humana a los políticos rancios, dinosaurios les conviene. La ignorancia no pide más que una miga de pan para subsistir, mientras caminan sobre sus pies descalzos. Al pobre hay que enseñarle a pescar antes de entregarle un kilo de pobreza y mendicidad.
Los padres también tienen su parte. Mandan al colegio a sus hijos como la última cosa que se hace cuando ya no se los puede controlar. O en el peor de los casos, los matriculan y se olvidan de sus responsabilidades. Un viejo trabajador decía cuando construía una casa: voy a esperar la lluvia, sólo así sabré si mi trabajo valió la pena. Y Mamá siempre decía que la lluvia nos enfermaría, que no estuviéramos en ella, pero nosotros no hacíamos caso, queríamos comprobarlo, así estamos los maestros en este concierto de días universales en nuestro trabajo; sabiendo lo que es necesario para los niños, sin que “ellos” nos escuchen y nos hagan caso.
Salía a comprar en el mercado y el mototaxista que me transportaba se quejaba de que no había movimiento: no hay carrera, maestro; es que no hay escuela, cuando los niños van a la escuela la gente sale de madrugada a comprar para preparar su desayuno; entonces apoya a los maestros en su huelga, no sólo para que haya más carrera, sino para que haya más dinero que mover, le respondí haciendo sentir la inmensa importancia que los maestros significamos para una ciudad comercial como Iquitos.
No entendí el título del artículo. Daba la impresión de que sería un análisis de la educación del siglo pasado (XX) o tal vez una perspectiva educativa del presente siglo (XXI); pero ni una cosa ni la otra. Ahora, si con «siglo», el autor quiso referirse a «ciclo», ahí sí que se fue de cara y todos sentimos el golpe.
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