Ya en casa, viendo que mi familia descansa, me ha invadido una desazón. Porque me ha venido a la mente que en las próximas décadas así estará mi nieto ante su padre y quizás su abuelo tenga la lucidez necesaria para escribir más de lo mismo. ¿Qué es más de lo mismo? “El impostor” de Javier Cercas en una de sus páginas nos tiene algo de la respuesta: “Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para impedir su regreso”, es una frase prestada de Tzvetan Todorov sobre los supervivientes de los campos nazis.
Felizmente a las pocas horas de conocerse el indulto otorgado por PPK a Alberto Fujimori –hecho con tanto secreto, precisamente tan contrario pero necesario en las democracias- cayó en mis manos un libro estremecedor sobre la condición humana y que, con cierta exageración, me ha permitido no terminar como quien engendró genéticamente a Enric Marco y tan perturbado como quien engendró literariamente a uno de los personajes que Mario Vargas Llosa catalogó como “espantoso y genial”.
Y es que antes y después del indulto se han escrito innumerables mentiras de ambos lados. De los que están a favor y de los que están en contra. Y con esas mentiras tratan de convencernos de sus posiciones. Como muchos peruanos y, seguro todos los periodistas, he seguido minuto a minuto los acontecimientos hasta que se conoció el comunicado oficial sobre el indulto. Cuando lo leí salté de mi asiento y grité: nos jodimos.
Sí, nos jodimos. Por lo mismo de siempre. Porque somos capaces de acusar y despotricar del adversario e incapaces de autorretratarnos. Se va armar el despelote y esto recién comienza, recuerdo que dije a Mónica y, también, a Maurilio. Las siguientes horas fueron de comprobación. Porque esta fragmentación de la sociedad peruana no comienza con el indulto ni terminará con ello. Es la continuación de la historia que la leímos en el colegio, la padecimos en la Universidad y con la que estamos, me temo, obligados a convivir.
Por esas circunstancias de la vida el lunes 25 de diciembre me tocó estar –junto con mi hijo- en el alboroto de los alrededores de la Plaza San Martín, correr ante el murmullo del lanzamiento de las bombas lacrimógenas y desesperarme ante la turba a punto de ser reprimida y corear los estribillos de siempre. Antes había estado en Choquehuanca, cerca a una de las viviendas del Presidente de la República. Luego, llegamos a la Clínica Centenario en Jesús María y conversar con algunos fujimoristas que con el pecho abierto y la voz destemplada daban vivas al indultado.
Ya en casa, viendo que mi familia descansa, me ha invadido una desazón. Porque me ha venido a la mente que en las próximas décadas así estará mi nieto ante su padre y quizás su abuelo tenga la lucidez necesaria para escribir más de lo mismo. ¿Qué es más de lo mismo? “El impostor” de Javier Cercas en una de sus páginas nos tiene algo de la respuesta: “Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para impedir su regreso”, es una frase prestada de Tzvetan Todorov sobre los supervivientes de los campos nazis. Los supervivientes y los descendientes de ellos “no tienen que intentar comprender a sus verdugos porque la comprensión implica una identificación con ellos y eso puede acarrear su propio aniquilamiento. Los demás no podemos ahorrarnos el esfuerzo de comprender el mal.
Por estos días nos ha tocado ser protagonistas de la realidad peruana. Del comportamiento humano. De los extremos que nunca buscan el centro porque con eso pierden. Y las acusaciones han sido mutuas y terribles. Que porqué indultaron a Fujimori. Porqué no indultan a Abimael. Porqué no dijeron nada cuando indultaron a terroristas que padecían enfermedades menores. Que los hijos de los acusados de terroristas participaron de la movilización contra el indulto. Que los familiares de los policías y soldados asesinados por terroristas deberían salir a las calles. Que los opositores al indulto no habían nacido y, por lo tanto, desconocen lo que pasó en el país entre 1980 y 2000. Que el periodista tal mostró el pedido de vacancia y nadie le dio importancia. Que la periodista tal creyó a PPK cuando le dijo que del indulto no había nada. Que el lado de Kenji es lo rescatable del fujimorismo. Que PPK nos mintió. Que el nuevo Ministro del Interior repartió calendarios con Keiko y que eso le hace despreciable. Que los opositores al indulto son haraganes y comunistas. La lista es interminable. Y, para variar, quienes afirman que debemos pensar en un plan de largo plazo para evitar más fragmentación, son acusados de tibios y cobardes.
Ya ni los del centro tienen apreciaciones centradas. ¿Y después del indulto, qué? ¿Después de la movilización, qué? ¿Después que Alberto Fujimori se retire de la clínica, qué? ¿Después que PPK se aleje de la Presidencia, qué? Terminaremos más divididos que nunca. Más mentidos que nunca. Una rápida relación: Belaunde nos engañó con el millón de empleos que prometió y cuando apareció el terrorismo en el país se hizo el loco y los militares desaparecían familiares que Mamá Angélica buscó hasta su muerte en Ayacucho. Alan García solapó un Comando llamado “Rodrigo Franco” en “homenaje” a un aprista asesinado por los terroristas. Alberto Fujimori condecoró a militares que tenían el encargo de aniquilar a presuntos terroristas mientras esos terroristas mataban a soldados de “Húsares de Junín”. Valentín Paniagua indultó a muchos encarcelados que eran inocentes pero también a varios terroristas que nunca se arrepintieron de lo que hicieron. Alejandro Toledo se pasó persiguiendo a los que habían traicionado con sus latrocinios a la patria y por la bajo cometía las fechoría que décadas después nos llegamos a enterar. Y cuando Alan García volvió por una segunda oportunidad fue la repetición –corregida y aumentada- de todo lo que hizo a los 36 años. Ollanta Humala se pasó entretenido en la indagación de los narco indultos cuando tenía en las agendas de su esposa Nadine anotaciones que demostraban la forma cómo se financian las campañas. Pedro Pablo Kuczinski nos repitió que el indulto no iba para Alberto Fujimori y en pocas horas nos dio una Nochebuena inolvidable. Todos, en suma, engañaron. Unos para llegar al poder, otros para mantenerse y, también, para acariciar eso que se dice que “todo es ilusión”, menos el poder.
“¿Y tú crees que será verdad tanta mentira?” le pregunta la madre a Javier Cercas, ante el relato de Raül, su nieto, sobre Enric Marco, ese hombrecito que engañó cerca de 30 afirmando que había sobrevivido a los campos de concentración nazi y cuando fue descubierto no negó el embuste pero explicó que lo hizo para que otras generaciones no sufran similar exterminio. Marco, como varios personajes de la ficción y la realidad, tiene tanto de héroe como de villano. Empecemos, en un esfuerzo autobiográfico, reconociendo que nuestras autoridades y, nosotros mismos, tenemos algo de ambas cosas: de héroes y villanos. Es tiempo de hacerlo. Desperdiciarlo será contribuir a que en un par de décadas los herederos salgan a las calles por el mismo motivo y así sucesivamente.