Mi madre siempre me recuerda el primer viaje en hidroavión desde Iquitos a San Lorenzo allá por el año 1968 más o menos. Se embarcaba de Bellavista/Nanay. Ella iba a ver a mi papá y me llevaba porque era el menor de siete hermanos y sin aún cumplir los dos años era complicado dejarme al cuidado de una de mis tías. Ella dice que vestía elegante pero yo me preciaba de andar pindayo con zapatos bien lustrados, pantalón campana a la usanza de la época y un polo naranja manga larga con la figura de «Archi» en el pecho. Yo tengo una vaga imagen de esa escena que, de cuando en cuando, viene a mi mente con mi madre llevándome del brazo por el puentecito antes de ingresar a la avioneta, con el polo naranja, por supuesto. Ahí se termina la historia de ese viaje.

Mientras que el segundo viaje fue cuando no había concluido aún la Primaria. Mi hermano Juan Carlos, ya radicado en Lima, tuvo la idea de invitarme a conocer la capital. Era el año 1978. Como la invitación era individual e instransferible mis padres hicieron coincidir el viaje de una pariente para, sin permiso notarial, emprendiera ese viaje inolvidable donde me di cuenta del caos limeño. Además ese viaje me sirvió para darme cuenta de lo valioso que es salir del terruño y ver otras personas, otros ambientes, otras realidades. No fue prolongado, pues mi hermano tenía un régimen laboral estricto y las tías radicadas en Lima tampoco estaban para cuidar a un mozalbete. Juan Carlos tiene más recuerdos de esos seis días en la capital, siempre me los recuerda y, aunque nunca se lo haya dicho como debiera, le estaré eternamente agradecido por ese gesto.

El tercer viaje fue en 1982, meses finales. Nuestro destino: Yurimaguas. Disputábamos el torneo interescolar. Habíamos campeonato en Iquitos, después de derrotar al colegio Loreto, CNI, Rosa Agustina y MORB. Se entenderá que fue un viaje de competencia pero más de palomilladas. Algunos dicen que ese seleccionado Agustino de 1982 fue el mejor de todos los tiempos. Discrepo de eso. Todos soñábamos -vaya ingenuidad- con vivir para y del fútbol. Hablábamos en el aeropuerto de las novias que dejábamos en Iquitos y de las que nos esperaban en la Perla del Huallaga. El negro Sánchez, jotajota Vásquez y el profe Lozano nunca olvidarían esa gira. Preparador físico, entrenador y delegado eran blanco de las travesuras juveniles, cuyos autores directos y mediatos nunca fueron descubiertos aunque las malicias siempre se dirigían a mi persona. Marcial Salazar, de ese grupo, a los pocos años no sólo viviría del fútbol sino que jugó en los dos equipos más populares del país y los dos más populares de Iquitos, además del seleccionado nacional. Richard Vinatea fue por ese mismo camino, aunque con menor éxito que Masho. Regresamos eliminados. Esos momentos inolvidables, ya sea a la hora de las comidas, dormidas y jodidas son imborrables. Que tanto lo serán, que después de 36 años, los protagonistas cada vez que podemos añoramos y nos deleitamos con los hechos futbolísticos y no de ese viaje.

El siguiente viaje fue también futbolístico. En el verano de 1983 teníamos que representar a los escolares de Loreto en Lima y se permitía refuerzos. Al Colegio San Agustín llegaron Montani, Jaime y Patón. Nos alojamos en el decrépito colegio militar «Leoncio Prado» y el torneo se inauguró en el estadio nacional. Con los tres mencionados y los demás jugadores convivimos más de una semana y compartimos sueños adolescentes. Ya con hijos y algunos con nietos inclusive cada vez que nos reencontramos por casualidad narramos los pasajes de esa gira. Los viajes siempre enseñan. Los que se hacen en grupos, más. Porque permite la convivencia momentánea pero genera aprendizajes que sirven para toda la vida. De ahí que un escritor tan famoso como viajero como Alfredo Bryce Echenique sostenga que nada mejor que viajar con una persona para conocerla en su dimensión real. Estoy totalmente de acuerdo con ello. Con una sola anotación: Los viajes, aún siendo individuales, abren los ojos y la mente de quien los realiza. No sé si sea la felicidad completa, pero nos permiten creer que la misma existe.