Los escritores o escritoras ¿se jubilan? Es una pregunta inocente y a la vez incómoda (con trampa). Inocente porque con una afirmación o negación se contesta la pregunta pero esta va mucho más allá porque es casi la vida de esta persona. E incómoda porque para aquellos o aquellas que viven de la literatura no es fácil decir no a este oficio que es parte de su cuerpo, de sus vísceras, de su memoria y desmemoria también. En este camino muchos han muerto con las botas puestas, es decir, escribiendo hasta días y horas antes. Como fue el caso de Carlos Fuentes que falleció en plena escritura de su próxima novela, fue al hospital y no volvió. Digo esto porque hace poco conocíamos la noticia que Philips Roth había renunciado a escribir. Por estos días la noticia era que el escritor alemán Gunther Grass renunciaba a escribir, colgaba la pluma o apagaba la computadora – Vargas Llosa todavía escribe a mano sus novelas, a igual que Paul Auster, no se fían del ordenador por el temor a malas pasadas como la que contó García Márquez una vez, según él había escrito un hermoso párrafo en una máquina eléctrica y se dio cuenta que lo tenía apagado. No es sencillo. Debe ser una decisión difícil, dura, desgarradora. No fácil porque crear mundo paralelos con dosis de realidad no es una chamba de coser y cantar. Lo decía Aristóteles en “Poética”, si la obra no tiene verosimilitud es un gran error, un grave defecto y lograr eso cuesta. Se descuelga el lector de lo que estás contando. Este oficio requiere concentración como los tenistas ante un punto difícil, así como abrir partidos hay que cerrarlos también como en las novelas. No es solo iniciarlas sino también terminarlas. Buscar la precisión de la palabra, pergeñar la atmosfera por la que discurrirán los personajes, nombres de los protagonistas, figurantes. Por eso cuando un escritor o escritora cuelga el cartel de jubilado te deja un mal sabor de boca, ya no disfrutarás de su mundo y es como cerrar para siempre una biblioteca.