Escribe: Marco Antonio Panduro
Hace unas noches, volviendo del Arandú, Juanjo Fernández lamenta no haber llevado grabadora y haber tomado notas. Con la tecnología extendida al alcance de la mano –la prótesis de los celulares–, es excusa. Cualquier aplicativo en el portable –de hecho la grabadora interna– hubiera servido. En realidad, no nos dio la gana. Estábamos mejor refrescándonos con unas cervezas en la noche calurosa mientras un amigo –de esos de la escuela que no ves por décadas– nos hablaba de su experiencia como proveedor de productos amazónicos a los restaurantes top de Lima, ahora que está de moda hablar de CENTRAL y de los restaurantes peruanos encumbrados en la lista de los 10 mejores del mundo.
Pero Juanjo exclamará que este momento no tiene precio y no lo escucharíamos ni en una de las charlas de TESLA o del TED o la de cualquiera de esos CEOs que se dictan en Gringolandia. Solo queda la sensación y el embrujo de haber estado callados por tres horas mientras nuestro amigo nos hablaba sobre la realidad amazónica y su potencial que todos creemos pero que pocos saben explicar de manera clara, sólida y consistente al mismo tiempo. Y si ya esto es un reto, pedir que alguien lo ponga en práctica y que tenga éxito masivamente es ya solicitar demasiado.
Hablamos del IIAP, del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana. Deducimos que están bien sus proyectos, pero que, de todas formas, al IIAP no le gusta salir de su zona de confort. Quisimos hablar también de la UNAP, y nos quedamos callados por un rato, porque no nos dio tiempo. «Están despertando del largo sueño de la investigación básica», nos confiesa. De hecho, usó una metáfora médica para referirse a la transición de la investigación elemental hacia la aplicada, «la de la transfusión sanguínea generacional».
Su padre, por lo escuchado, ha sido el gran gestor en su formación. Cuenta que a sus invitados los recibía con esta frase, «En esta casa encontrarás de todo, menos plata». Fue él quien, por un lado, le ofreció una gran biblioteca, y por otro, lo llevaba desde niño a pescar y a internarse en las comunidades. De ahí, creo, es que lo hace diferente. Tiene el “know how”, como le llaman, pero también la experticia del empirismo y es por eso quizá que salta entre los dos mundos con gran agilidad.
Sabe leer los “nuances culturelles”, afectiva y socialmente. En otras palabras, sabe integrarse. Cuenta que en algún momento de su carrera había que pasarla en una comunidad. Su horario de trabajo impuesto por la burocracia: horario de oficina. Una tarde llega inopinadamente su supervisor. Lo encuentra jugando vóley con los jóvenes de la comunidad. «¿Se supone que estás en horario de trabajo?». Le responde, «Jefe, esta gente trabaja a partir de las cuatro de la mañana, y juega vóley por las tardes. Así es la vida social por aquí».
Las vivencias medio interminables de este biólogo egresado de la UNAP –loretano citadino que es capaz de pescar con arpón con la sapiencia ancestral de un ribereño– han ido desde una visita como conferencista a la Wageningen University en los Países Bajos –allí se encuentra la facultad de agronomía más importante del mundo, y, como él dice, son “los putos amos” en cuanto al estudio de la papa–, hasta la retadora pregunta de un inversor que, conociendo su genialidad, le pregunta por qué no eres millonario, «porque cuando ganas más de 100 mil dólares anuales es casi seguro que vivas estresado», es su respuesta.
Pero en la mesita redonda donde se renuevan las botellas de cerveza y el cenicero con mapachos, sabemos que no solo es el stress que evade y que muy posiblemente nosotros también. En sus palabras se siente una cuerda social que vibra. En esa línea de los que ven a la Amazonía como un espacio que vaya más allá del turismo, de la tala de árboles, de la minería ilegal e informal, de la extracción del petróleo, y de corredor fluvial para el narcotráfico, y donde sus pobladores de estas tierras amazónicas tengan acceso a una justa distribución, en ese punto de partida donde se encuentra también Tito Cunibertti, a quien hace un tiempo le hemos dedicado una entrevista y donde expresa su deseo de convertir a Loreto en una zona franca científica, hay más gente que puede aportar. Nos habló de tales y cuales fulanos loretanos con PHD y esos rótulos. Nos habló de otros capos.
Me pregunto a mismo en esos profesionales con sabor a política en sus labios. He estado en sus casas. Y me he quedado espantado cómo viven, en una desorganización y caos total. Y despidiéndome casi confundido, me preguntaba en cómo diablos se atrevían a postular en política, a querer dirigir una ciudad, una región, cuando no son capaces de ordenar ni siquiera sus dormitorios. Nuestro ignoto amigo, en cambio, cree que hay que distribuir la riqueza para alcanzar un mundo más equitativo, «pero no pensemos en el mundo, –dice–, primero ocupémonos de nuestra casa, nuestro barrio, de nuestro distrito».
Después relató sus discusiones en torno a la corrupción con la gente de Lima. Es versado y me preocuparía por sus adversarios que deben de haber quedado mal parados. Existe el típico discurso de que gobernadores y alcaldes son corruptos. Evidentemente en estos párrafos no los defenderemos; es más, apoyamos la moción de censura, pero lo que no se dice, o lo que se elude, es que muchos de los actos de corrupción no se darían mientras un Estado centralista como el del Perú no diera luz verde para liberar presupuestos pactados para determinadas obras, donde enquistados servidores públicos han armado una red de corrupción sistémica desde lo alto de la pirámide. Desde allí, desde las sombras de altos edificios, todo se cuece. Culpabilizamos a los actores políticos del profundo Perú, ¡y con razón!, pero la madre nodriza de la corrupción pasa desapercibida, y así ha sido secularmente.
Pero quizá la anécdota que se nos quedó grabada y que nos dejó con la boca abierta, es cuando nos habló del apilamiento de pescado que, por norma técnica, no puede excederse de 40 centímetros. Primero para evitar el maltrato de la carne blanca por el peso del hielo, y para evitar asimismo que la carne de pescado sea quemada por el frío. Para aligerar el sobrepeso que arruina la parte de abajo, ideó una fila de apilamientos por medio de parrillas. Así se evitaba que el pescador-vendedor perdiera, o, dicho de otra forma, así podía maximizar sus ganancias, pues, antes de esta técnica de conservación, la primera línea de pescados valía (es solo una referencia) 15 soles, la segunda 10 soles, la tercera línea 5 soles y la cuarta 1 sol 50 céntimos. Solucionado esto, ¡felices todos! En adelante, los cuatro niveles de pescado podrían venderse a 15 soles, hasta que una mujer en el puerto le preguntó, «Oiga joven, y ahora, ¿qué vamos a comer los pobres?».
Algo más. «Cualquier pescado de mal sabor y de baja calidad lo matas con sachaculantro», nos enseña. A sus espaldas reside el bosque, mira hacia atrás, apunta y agrega, «¡Aquí hay hierbas por todos lados!», mientras lo ubérrima de esta tierra de verdores descansa en la noche.
Por nuestra ignorancia evitaremos adentrarnos en terrenos de biomoleculares. Eso sí, contamos que el orgullo y la emoción por nuestras frutas tropicales tienen rivales de fuste al otro lado del mundo, en otros países exóticos. En el seno de la industria alimentaria y de las facultades de las grandes universidades, el porcentaje es quizá el eje principal. No me hables que el aguaje sabe rico –y claro, es insuperable en sabor, como la otra palmera, que es el ungurahui y que no tiene parangón–. El primer mundo demanda, por ejemplo, ¿cuánto de porcentaje de betacaroteno tiene “tu” aguaje”, y enseguida le muestran una tabla con los índices de una fruta venida de la India con similares porcentajes.
Antes de despedirnos, Juanjo Fernández que como deben saber es reportero y es español, pero quien conoce más de ríos y las condiciones de vida y la problemática de las comunidades ribereñas que muchos iquiteños, le pregunta al aire casi de manera ingenua, pero que en verdad es un cuestionamiento dirigido a nosotros, a los PHD, a los nuevos jóvenes capos de esta tierra, «y ¿por qué no se juntan?».
Dedicado a Miguel Tang Tuesta; hasta estas líneas, nuestro ignoto amigo.