Afiche con las portadas de los once libros de la colección. Diseño: Rodolfo Loyola

Escritores y autores de varias generaciones forman parte de esta colección de cara al Bicentenario.

ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Han sido noches duras. Madrugadas oscuras. Días negros. Noches de claridad. Horas donde he creído tener una veintena de amigos cuando en realidad son más de una cuarentena. Días donde he pensado, luego existía. Noches de insomnio sin ser perezoso. Tardes interminables de escarbar palabras y rebuscar significados en momentos que la vida se tornaba insignificante. Minutos donde he redescubierto a Mercedes Sosa y he repensado junto a Facundo Cabral. Horas de lucha, tiempo difícil donde se han muerto personas entrañables. Y en noches como éstas, enajenado por los obituarios cibernéticos, pensé en las aguas del río Marañón, de aquella casita borrosa de Barranca o de lo que en la familia se conocía pomposamente como “fundo Estrella”, y así como jugando se fue forjando lo que se ha convertido en “Serie río Marañón”.  

No están todos los que son. No son todos los que están. Es, si quieren, una colección personal. Ojalá se convierta en colectiva. “La Amazonía no solo es exuberancia e inmensidad, sino también, como se ve, belleza, palabra interminable e intensa de cara al sol”. He tomado prestada esta frase de Paco Bardales para presentar esta colección. Somos un río interminable de palabras. Orales y escritas. Pero somos, fundamentalmente, palabras. Este es un aporte al Bicentenario. Porque entre el río y las palabras está resumida nuestra historia. Más allá de los bosques, más allá de los (des)encuentros, más allá de todo, la palabra prevalecerá. Porque en ella se junta lo humano y lo divino. Todavía nos espera un largo camino. Pero se irá recortando en la medida que todos pongamos el granito de arena en la tarea de ser críticos y analíticos. Aún no se ha inventado otra forma de desarrollo humano que no sea el de la lectura. Así ́ que esta serie que ponemos en manos de la humanidad, llamada Río Marañón, es de alguna forma un homenaje a las aguas turbias, diáfanas y movidas, características que, también, son de las palabras. Agua y palabra, dicotomía con la que deseamos celebrar este Bicentenario.

¿Se imaginan lograr que todo adolescente tenga un libro en algún lugar de su vivienda? ¿Han pensado qué tipo de sociedad seríamos si en noches de insomnio un joven tenga cerca a su mano un libro para entretenerse? ¿Se han puesto a pensar qué sería de los jóvenes si leyeran un libro antes de llegar a la adolescencia? ¿Han puesto en la balanza la diferencia entre un ciudadano analítico y uno escaso de comprensión lectora?

Ya lo hicimos el 2013 en la provincia de Requena. Ya lo hicimos el año pasado en cuatro distritos de la provincia de Maynas. Este 2021 seguiremos la corriente. Con miles de libros. Así como fumigadores van casa por casa por las 51,879 viviendas de Iquitos regando insecticidas para evitar el dengue no pierdo la esperanza que educadores toquen las puertas para comprobar lo que han comprendido los lectores. ¿Es posible? Claro que sí. Miren los “libros de consulta” que el Ministerio de Educación envía desde Lima a los pueblos ribereños y se darán cuenta que sí lo es.

Esta es una penúltima locura. En la que estamos acompañados para que en los momentos de incertidumbre recobremos la certeza que estamos por el camino correcto. En ese andar se sumarán algunos, se alejarán otros. Pero las portadas con las pinturas de Rember, Brus, Gino, Alfonso y Gladys con los escritos de Patrick, Percy, Gerald, Jorge, Paco, Miguel, Werner, Pepino, José, Rodolfo, Ana Luisa y Melissa, será hoy y para siempre la manera en que hemos decidido celebrar este Bicentenario. Es una celebración de la vida, de la amistad, de los escritores, de los pintores. Desde las orillas del río Marañón vamos a echar andar todo esto. Los resultados quizás no sean vistos antes de un quinquenio. Aún si no se logra el propósito quedará la satisfacción de haberlo intentado.