Para aprender a leer es necesario aprender a guardar silencio
Joan- Carles Mèlich
En el caso de la literatura amazónica- no abordo el tema de la literatura oral u oralitura como también la llaman que es otro gran ámbito, el hecho de tener unos relatos indirectos sobre lo sucedido en las orillas de esa zona del Putumayo también ha influido notablemente en su propio desarrollo de las letras en la floresta. La casi ausencia de los relatos del infierno en la algaida ha tenido efectos abrasadores en la memoria. Porque en lugar de cuestionar la escritura que se venía trabajando, casi pictórica y de gran arraigo regionalista- en el sentido de pergeñar y exaltar el mundo local, la actitud fue complaciente y de desmemoria. Es decir, que los scrittore e scrittrice del marjal continuaron trabajando sobre los mismos trillados cánones. Casi una actitud de solipsismo frente a lo sucedido. De encerrarse a cal y canto en la torre de marfil. De cerrar los ojos, taparse los oídos y mirar con amnesia la página en blanco. De seguir pintando machaconamente con los mismos cromos la aldea, ignorando que la aldea había sido bañada de sangre y que necesitaba recordar, hacer memoria para sanearse de lo ocurrido. Se necesitaba con urgencia proponer otros textos, de alguna manera los lienzos de Gino Ceccarelli nos quieren decir eso, él trabaja con esa parte de la memoria y el presente de la ciénaga. Este quehacer nos obliga a no ser complacientes frente a la literatura nacional – aquí un apunte, me parece que la literatura nacional colisiona frontalmente con el concepto/definición de literatura amazónica pero eso es otro rollo. Después de lo del Putumayo la literatura de la floresta, y el arte amazónico en general, ha debido proponer un nuevo lenguaje, una nueva visión que algunos poetas lo han logrado con gran mérito. Esto es una tarea permanente, y el Putumayo nos enseña que en este quehacer no hay que tener descanso. Hay hermanas y hermanos, muchísimos que hacer.
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