Desde 1984, todos los últimos sábados de diciembre, los exalumnos agustinos nos juntamos –con el pretexto improrrogable de la práctica deportiva- para charlar, reir y, sobretodo, brindar por los años idos y los que vendrán. Es un día maravilloso –ideado en todo su espíritu agustiniano por Maurilio Bernardo Paniagua- donde el campo se vuelve una fiesta y las bancas de concreto quieren despegarse por las palomilladas añoradas y actualizadas. Después de tres décadas de egresados –como es el caso de quien éstas líneas escribe- os seguimos juntando con las diferencias de siempre y las coincidencias de la adolescencia. Para hablar de todo y de todos. Rajar de los rajables y alabar a los alabables.

Se ha intentado cambiar la fecha, el lugar y hasta la esencia del reecuentro. Pero me temo que nadie logrará ese propósito. Porque lo esencial no está en discusión. El espíritu agustiniano siempre prevalecerá. Tendrá que prevalecer. Más allá de los egoísmos. Alejados de la codicia. Separados del egocentrismo. Ahuyentados del personalismo. Este reencuentro será más grande que la condición humana. Los sacerdotes, los laicos, los exalumnos, los profesores y todos los que se opongan pasarán a mejor vida para que esta obra humana se haga inmortal. Que los profesores –extemporáneamente- intenten administrar lo que nunca crearon y mantuvieron, basta y sobra. Que algunos exalumnos más pendencieros que los palomillas de las aulas de clases intenten administrar recursos que nunca soñaron, se entiende pero no se justifica. Que algunos directivos crean que con esta actividad alcanzarán a cubrir el déficit que sus gestiones perforan, se explica pero no se comprende. Que anualmente unos fenicios del nunca jamás intenten hacer una chanchita para gastarlo con mayor velocidad que lo que tardaron en juntar las monedas, se deja pasar porque es una vez a las quinientas. Que los tragos causen estragos y los diplomáticos y académicos de las aulas se vuelvan unas vacas locas en torno a la botella y conviertan el patio en el escenario perfecto de las horas locas, se comprende porque hasta el santo de Tagaste se metió sus excesos.

Este reencuentro –uso el plural en el título porque ya se multiplicó en otros colegios, qué alegría- es de todos y de nadie. Como decía San Agustín sobre la verdad. “Para que sea mía y tuya, no tiene que ser ni tuya ni mía”. Sabio el maestro. Malos los alumnos que no entienden el espíritu de las frases del hijo de Mónica y oriundo de Hipona. Que no nos quiten la alegría del último sábado de diciembre. Ya sea en torno a la pelota, a la botella o la charla de la buena y la mala no permitamos que los imbéciles de siempre nos arranquen siquiera la posibilidad de frustrar nuestra alegría.

Este es un año más. Que se va y que viene. Y en el camino nos entretiene. Y este 2013, ya sea celebrando diez, quince, veinte, veinticinco, treinta o cincuenta que nadie nos quite el espíritu agustiniano. Que algunos se preocupen de juntar las monedas mientras otros hacemos de esta fecha un día de confraternidad donde todos los excesos se permiten. Es un día de recreo una vez al año que nadie nos puede negar.

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