ESCRIBE: Héctor Tintaya Feria
Hace seis días Arequipa está prácticamente paralizada. Algunas actividades internas se desarrollan focalizadamente, pero la gran distribución comercial que alimenta negocios y servicios está impedida de ingresar o salir por los bloqueos, protestas y turbas que han tomado la ciudad blanca. Hay un muerto y decenas de heridos y esto ha salpicado o se ha rebotado de lo que sucede en otras regiones del sur del país y parece extenderse a nivel nacional. Hay incertidumbre sobre las exigencias y cada quien ha interpretado a su manera los objetivos o propósitos de la indignación.
Los más honestos y genuinos marchantes gritan que se vayan todos y resumen el pedido de un gran sector que se cansó de ver los enjuagues asquerosos de nuestra política nacional. Algunos acumulan rabia de meses y años de atraso o estancamiento de su economía o inflación, o carencia de oportunidades y le atribuyen a la política este desorden y salen a protestar e incluso hay algunos infantiles ciudadanos que asumen que con esta movilización se pretende exculpar a Pedro Castillo para que vuelva al poder porque consideran que es una de las tantas víctimas de los dinosaurios poderes fácticos que medran en nuestro país desde los siglos de los siglos…
Lo cierto es que a río revuelto ganancia de saqueadores, pues otra vez las noticias que llegan a Lima e indignan -inversamente- es seguro el robo de las tiendas o que los que logran identificarse en las protestas resultan que tienen prontuariado y es excusa para la declaratoria de emergencia y las botas enervando aún más lo que podría ser una afrenta sin cuartel si esto se sale de las manos en las próximas horas.
Todo esto sucede en Arequipa y, a esta hora ya no se sabe quién es quién. Si los periodistas informan o encausan sus intereses adoctrinados del empresariado, si la Policía Nacional infiltra sus servicios de inteligencia para justificar sus intervenciones, si las autoridades existen realmente pues ante este vacío normalmente desaparecen o, peor aún, se van de vacaciones o si realmente se está peleando por cerrar el Congreso, por adelantar las alecciones, porque se vaya Dina Boluarte, porque salga Pedro Castillo, porque se reduzca el precio del combustible o de ira porque no vemos a la selección nacional en esta pausa de la lucha que resulta ser el mundial de Qatar.
En una protesta sin cuartel y sin liderazgos que la presidan es obvio que se interprete la protesta de las mil maneras posibles. Sin embargo, en Arequipa no podemos soslayar que hay un sentimiento generalizado en cada uno de los que protestan o de los que no lo hacen pero tienen opinión de lo que sucede: la política (esa mala palabra que empieza con p) es asquerosa y los que la ejercen solo delinquen porque han llegado desde siempre para robar. No importa si antes se permitía o lo hacían en partidos antiguos y con terno o si lo hacen ahora desde un vientre de alquiler o sean analfabetos, rurales o mujeres: todos son iguales y, contra eso o lo que construyeron, hay que derrocarlo.
El gran problema de la corrupción vuelve a aparecer como una prioridad a solucionar o eliminar en estos actos sociales y, así el periodismo venda más el choreo de un celular, en el fondo el ciudadano sabe que lo están utilizando y así crea que la Policía está para defenderlo reconoce que en algún momento lo van perjudicar y todo eso organizado desde el poder. No es anarquía sólo indignación y aquellos que quieren abreviar el contexto a través de un pensamiento fotográfico colgarlo en redes y resumir la problemática de fondo sólo porque no le gusta que el cobrizo proteste, en realidad está marcando más las brechas y profundizando el enfrentamiento. Días difíciles.
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