Una voz se escucha en las movilizaciones por estos días: que se vayan todos. Y muchos repiten el estribillo con un maniqueísmo que en nada contribuye a elevar el nivel del debate y menos encontrar soluciones a los problemas. Nada en la vida se puede dividir en buenos y malos, más aún si quienes exigen cambios son los mismos que tratan de seleccionar quiénes son los buenos y quiénes son los malos.

Ya se ha visto en experiencias anteriores, dentro y fuera del país, que la exclusión de unos es la negación no sólo de la tolerancia sino de la posibilidad de construir algo mejor. Lo que sí debemos propiciar es unas reglas de juego nuevas que prioricen los proyectos y que se emprenda lo importante sin descuidar lo urgente. Y eso se logra a través de un debate serio y constructivo. En ese debate la participación de todos es imprescindible.

Toda esa fuerza juvenil que se observa en las movilizaciones en la República tiene que ser canalizada adecuadamente. No se cometa la equivocación creyendo que los males del país se originan y reproducen en Palacio de Gobierno y, también, en el Poder Legislativo. Incongruente es aquel que piensa que convocando a nuevas elecciones generales y del Parlamento, caminaremos por el sendero correcto. Incongruente y equivocado. Nadie asegura que volvamos a elegir a oportunistas y clientelistas. Nadie asegura que llevados a un nuevo proceso electoral elegiremos como nuestros representantes a personajes que terminen defraudando la voluntad popular. Tenemos que ceñirnos, como se ha hecho con la Presidencia de la República, al ordenamiento que la propia Constitución establece.

Tenemos nuevo Presidente. Es de los políticos antiguos. Ha transitado por diversas agrupaciones y ha emergido desde la provincia. Tiene experiencia gubernamental. Y eso ya debería ser un demérito, si pensamos que “se vayan todos”. Pero debemos dar una oportunidad a ese político que, con desaciertos, ha dicho en su primer mensaje a la Nación que mirará las regiones y que basta de “odios y rencores”.

El nuevo Presidente de la República es de una generación dedicada a la política. Desde el interior del país. Es más, tenemos que mirar esa posibilidad como una oportunidad de los provincianos, si quieren. Aunque suene muy excluyente. Pero esa misma mirada debemos hacer a la política regional. No es cuestión de generaciones sino de posibilidades. Y en esa posibilidad de mejorar la política debemos encontrarnos todos con las reglas de juego claras. Que se queden todos, pero que las acciones putrefactas del pasado –sean de izquierda o de derecha- se rechacen desde su origen. Sólo así podremos salir adelante.